Pieles
TODO ESTO QUE ESTÁ EN NOSOTROS
Crónicas sobre acontecimientos socioeducativos
7/10
Esta es una de las crónicas más complejas de escribir. Si bien tengo los datos a la vista, las estrategias desplegadas sobre la mesa y una línea de vida con la historia de Hebe, no encuentro con precisión cuál es la imagen que debe guiar este relato. Me permito que la intuición aparezca para despertar algún aroma o un sonido que quiebre el transcurrir de una escritura que tiende hacia el ocultamiento. ¿Qué se oculta tras la piel?
A Hebe siempre fue difícil seguirle el rastro. Más bien tendía a perderse, teniendo que retomar la intervención de manera espaciada hasta que su vida de adolescente tocó un punto álgido y estuvo por dos meses y medio internada en el Centro Nacional del Quemado. Recuerdo que todo el equipo iba a verla en la tarde y leíamos cuentos, fragmentos de novelas, mientras Hebe estaba casi inmóvil en una cama con quemaduras de segundo y tercer grado.
A veces pienso en la vida de estos gurises, en sus trayectorias y tiendo a compararla con algunos fragmentos de la mía. No me cabe todo el dolor en el cuerpo, no me alcanza la fortaleza para asimilar las vivencias. Solo sé que mi tarea es acompañar, escuchar y problematizar, pero no siempre me puedo poner del todo en la piel de ellos. No se trata de egoísmo o falta de empatía, quizás todo lo contrario. En todo caso se trata de un mecanismo de defensa que me permite intervenir sobre las vidas dañadas, si no de otra manera no podría hacerlo.
Hebe era una adolescente de una belleza particular. Tenía todo el esplendor en la piel de su juventud, vivía con gran algarabía cada momento y esa era su forma de estar en el mundo, estando en calle, en la noche, en los bares y pools. Sin embargo, el dolor de su historia la perseguía, de manera subyacente, desde su nacimiento. Me encargo de omitir algunos pasajes por una cuestión de respeto y porque no vienen al caso, porque si bien afectaron directamente la vida de Hebe, no son necesarios para esta historia que voy a contar.
Tomamos contacto con ella en octubre de 2016, cuando tenía 13 años. Pero, cuando tenía nueve años, la habíamos visto en la recorrida de calle revolviendo volquetas con su madre. Se gritaban como animales. Eran dos bichitos que se ladraban. Intentamos acercarnos, pero fue muy complejo poder generar una conversación. La historia de Hebe está signada por su belleza adolescente y por la codicia de hombres anónimos que supieron consumir el elixir de la juventud.
Los inicios
Cuando despuntaba la primavera en 2016, nos encontramos a Hebe dando vueltas por el barrio La Teja. En ese momento vivía con una prima, que a su vez tenía un hijo pequeño. Pero la situación de ella también nos llegaba por la derivación de un equipo territorial que estaba trabajando con el núcleo familiar: su abuela, tías y sobrinas de Hebe, que vivían en el barrio al oeste de Montevideo. Desde el comienzo la situación era preocupante, porque se visualizaba a Hebe realizando actividades en calle durante la noche con un alto grado de exposición, donde surgían, tanto del relato del equipo derivante como en las posteriores entrevistas con la adolescente, indicadores de presunción de explotación sexual y comercial.
La noche es otro mundo, literal. Existen redes ocultas que comercian con las infancias y adolescencias con un alto grado de impunidad. En La Teja, sobre la calle Carlos María Ramírez, existía un lavadero de autos durante el día, que en la noche se convertía en un bar con pool. Hebe, ya con 14 años, solía ir a consumir y a realizar actividades que siempre se nos mantuvieron ocultas, pero que no hacía falta presuponer mucho para darse cuenta de qué se trataba. Ese universo no era compartido por la adolescente. Nosotros estábamos para otras actividades y propuestas. A lo sumo podíamos problematizar con ella sus salidas nocturnas y los lugares que transitaba, pero estábamos atados de pies y manos.
Mientras nos encargamos, en la intermitencia del trabajo, de realizar la asignación de derechos, atención médica, documentación al día, espacios recreativos y la negociación para sostener una propuesta educativa para terminar primaria, poníamos con sutileza sobre el tapete su exposición en las redes sociales y su tiempo de permanencia en la calle durante la noche. Pero Hebe no era receptiva, sino que para ella era un juego en el que las reglas estaban naturalizadas. Su juventud le parecía eterna.
Hebe alternaba los domicilios, un poco con su prima, otro tanto en la casa de su abuela Jorgelina y en ocasiones con su madre. Esto dificultaba la realización de acuerdos y coordinaciones. Pero nos permitió los primeros acercamientos para identificar algo fundamental en la adolescencia y en cualquier proceso educativo: la veta deseante. ¿Qué quería hacer Hebe con su vida, qué deseaba? Poco a poco fuimos estableciendo un vínculo de confianza y ella participaba de las propuestas que ofrecíamos en el proyecto, como salidas y campamentos. Al identificar su deseo, se allanó el camino y fue inscripta en febrero de 2017 en un F.P.B. de Belleza Capilar, y se le facilitaron los elementos necesarios para que concurriera. En ese periodo estaba viviendo en la casa de su prima, quien era un sostén positivo para que Hebe fuera a estudiar.
Pero en abril discontinuó la asistencia, pese a nuestra insistencia. Hebe dejó de vivir con su prima y volvió a su barrio, intercalando su domicilio entre la casa de la abuela y la de su madre. Esta última presentaba consumo problemático de PBC y no era una referencia positiva para ella. Más vale se comportaba como una par. Realizamos algunas acciones que tendieran a su bienestar, pero era estar hablando con la pared. En ese punto, Hebe se quedó viviendo con su madre en una casa abandonada, sin luz, ni agua corriente, ni puertas. También estaba en el lugar Karla, otra adolescente de 14 años, que estaba siendo atendida por otro proyecto de calle. En ese momento, Hebe se encontraba negada a realizar cualquier propuesta, tanto educativa como recreativa. Veíamos cómo se nos iba de las manos sin poder hacer nada.
¿Cómo seguirle el rastro a una adolescente que se nos escapa en la noche y que duerme durante el día? Recuerdo que íbamos a verla a la casa de su abuela, pero siempre la encontrábamos durmiendo, o no estaba en el domicilio y Jorgelina no sabía su paradero.
Pero volviendo en el tiempo, cuando Hebe tenía 10 años, estuvo institucionalizada en un hogar de protección donde tenía cierto bienestar y rutinas establecidas. Fue su abuela quien la sacó de ese hogar con la intención de cuidarla, pero, al llegar la adolescencia, Hebe comenzó a recorrer los trayectos de las calles y la noche, al igual que sus hermanas y un hermano.
En agosto de 2017 nos encontramos con Hebe en un estado de descompensación en una plaza de su barrio, con altos grados de angustia y con ideas de autoeliminación. En ese momento nos manifestó la necesidad de ir a un hogar, pero el sistema de protección siempre fue perverso con los cupos, y no se ajustaba a las necesidades reales de los adolescente que buscaban cierta estabilidad. La única opción era un hogar con cama de emergencia pero solo para pernoctar. A las ocho de la mañana debía volver a la calle. Por lo cual Hebe decide quedarse con su abuela, como una cuestión de piel.
Introspección
¿Cómo buscar alternativas que permitan introducir un hilo de pensamiento crítico que lleve a la adolescente a pensarse? Fueron varias instancias en las que en espacios semanales e individuales con Hebe, logramos trazar una línea de tiempo sobre su vida: los lugares donde había vivido, cómo fueron esas estadías, cuándo se sintió cuidada, entre otras aristas. El objetivo era netamente terapéutico, de introspección. Hacer un parate para ver el mapa desde arriba y saber hacia dónde moverse. Volver a conectar con el deseo, problematizar su situación, proyectar lo educativo para el año 2018 y la forma de encontrar una estabilidad habitacional.
Generar esta estrategias nos permitió que se inscribiera en una propuesta educativa. Mientras tanto, debíamos informar al juzgado sobre su situación. Comenzó a estudiar con mucho entusiasmo, nos decían que era una líder positiva del grupo y que participaba de manera activa. Había encontrado en una educadora una referencia afectiva que hacía que fuera de manera periódica.
Pero al tiempo se produce un episodio de discusión y violencia intrafamiliar y Hebe termina detenida en la seccional 19. Allí su abuela solicitó “amparo” para la adolescente ya que no podía controlar sus ataques de ira. Se constató que la adolescente permaneció en un calabozo durante 8 horas, dándole la libertad y retornando a su hogar. Estamos hablando de una adolescente de 15 años que pasa ese tiempo en el calabozo, algo totalmente ilegal para el caso.
Las herramientas en la educación se agotan. Tienen un techo. Las realidades nos desbordan, pero hay que seguir y ajustarse el cinturón para continuar interviniendo. Mantuvimos los espacios individuales donde pudimos reconstruir su historia de vida en la que, de alguna manera, se pueden comprender sus ataques impulsivos de ira. Por lo cual, teniendo en cuenta que la adolescente pasó por varias situaciones de abandono, violencia, mendicidad, negligencia en los cuidados desde su nacimiento, así como también fue espectadora del deterioro progresivo e impactante de su madre, producido por el uso problemático de pasta base y problemas psiquiátricos, sus ataques de ira eran una muestra saludable.
Esto derivó en la aceptación de Hebe de comenzar un proceso de atención terapéutica con la psicóloga del proyecto. A su vez, también problematizó su intermitencia domiciliaria durante el pasado año y los factores de riesgo a los que estuvo expuesta. Hebe fue víctima de múltiples vulneraciones desde su nacimiento hasta la actualidad. Su referente más cercana, su abuela materna, pese a su predisposición no lograba brindar los cuidados necesarios para su desarrollo psíquico y emocional. Por otro lado, visualizábamos un gran potencial en Hebe para generar una mirada introspectiva sobre su situación.
En reiteradas oportunidades se conversó con ella sobre la posibilidad de ingreso a un hogar de protección, pero se mostraba reacia a esa alternativa. No nos quedaba otra que acatar el interés superior de la adolescente, que era vivir con su abuela, aunque no le brindara el sostén adecuado. Sin embargo, nuestra insistencia y objetivo se encontraban claros. Aunque tampoco podíamos desconocer que, en el caso de acudir de que entrara a un hogar, esta debía ser ingresada al Centro Tribal, dada la edad de la adolescente.
En todos los casos intentábamos evitar que los adolescentes tengan que pasar por la vivencia del Centro Tribal. Nuestra tarea era encontrar una red familiar y comunitaria que nos permitiera garantizar el derecho de Hebe de vivir en familia.
La noche no es para dormir
Desde un comienzo de la intervención la situación nocturna se fue agudizando. Tanto en el relato del equipo derivante, como posteriormente en las entrevistas con Hebe, surgían indicadores de Explotación Sexual Comercial, así como en su entorno familiar, que son:
-Obtención de dinero sin justificar.
-Itinerancia de domicilio junto a otras adolescentes.
-Permanencia en domicilio de adultos no familiares ni referentes.
-Exposición de fotos en redes sociales donde se muestra con poca ropa y en
situación de consumo de sustancias psicoactivas.
-Redes familiares sin contención.
En 2019 se hizo el balance sobre su trayectoria educativa del año anterior que terminó abandonando por la intermitencia en la asistencia. En el comienzo de ese año, la adolescente manifestó querer continuar estudiando pero no se pudo concretar porque Hebe no asistió a los acompañamientos para realizar la inscripción.
En septiembre de 2019, Hebe sufre un episodio en la casa de un señor no familiar sanguíneo; tras ese hecho, la adolescente ingresa en la emergencia del hospital de Clínicas en la madrugada con heridas graves de quemaduras. Hebe estuvo dos meses y medio aproximadamente internada en el CENAQUE (Centro Nacional del Quemado). Un mes permaneció en CTI con riesgo de muerte. Se le realizaron varias intervenciones quirúrgicas en brazos, cuello y parte de su cara afectada por este episodio. Durante su internación el equipo acompañó diariamente a las visitas, leyéndole cuentos y conversando con ella. La juventud de Hebe se había prendido fuego.
Quisimos indagar sobre lo sucedido pero el ocultamiento del mundo adulto era mayor. El discurso de Hebe no coincidía con el del agresor ni con el familiar, en relación al diagnóstico médico sobre las quemaduras sufridas. El agresor estuvo siendo investigado por la Fiscalía de Delitos Sexuales 2° Turno.
Durante el periodo de internación, en reiteradas oportunidades, se habló con la adolescente de la posibilidad de ingreso a un hogar de protección dadas las condiciones médicas de curación a las cuales se debía someter para una recuperación acorde. Pero se mostró reacia a esta alternativa, volviendo a la casa de su abuela. Entendíamos que su núcleo familiar no brindaba el sostén adecuado, aunque Hebe manifestaba querer permanecer con su abuela.
Tras salir de la internación, constatamos que la adolescente se encontraba pernoctando en la casa del agresor, lugar donde ocurrió el hecho de las quemaduras. Este episodio aún generaba dudas sobre cómo se suscitó. Por visualizaciones en las redes sociales, se puede ver que su abuela está al tanto de que Hebe se queda en la casa de este señor mayor, siendo de alguna manera cómplice de la vulneración que vive la adolescente.
Durante varias instancias le insistimos sobre los riesgos de estar en la casa de este señor, tanto a Hebe como a su abuela. Pero como este le entregaba dinero, el silencio y el ocultamiento eran mayores. En una entrevista con la abuela, nos dijo esta frase, que es un código barrial de justicia: “la venganza se sirve en plato frío”. Hay momentos en los que se vuelve imposible intervenir, en que la justicia se encuentra ausente y la complicidad rebasa un vaso donde las gotas ya se han derramado sobre la piel quemada.
***
Me quedan preguntas, me quedan las injusticias en la piel, me queda saber cómo hacen estos adolescente con las vidas dañadas para construir otras trayectorias que les permitan vivir de otra manera. Pero estas preguntas están relatadas desde una cosmovisión adulta, con una historia de formación en educación que no alcanza para comprender. Solo puedo, con humildad, introducir en las crónicas interrogantes para encontrar algunas respuestas que nos lleven a mejor puerto.
Recuerdo que en las últimas instancias no quería ir a la visita familiar. No quería ir al barrio. Estaba agotado de la tarea, había llegado a un techo y no sabía qué decirle a Hebe. Había sido tanto lo que se vivió con esa situación que algo en mí tocó un límite que apenas podía esbozar. Más bien la negativa de ir al barrio era una muestra de lo visible de un iceberg. Identificaba dos síntomas claros: indiferencia ante el dolor y cansancio extremo. No era justo para nadie que siguiera desarrollando la tarea. Ni para la adolescente ni para mi dupla que debía escuchar más quejas que propuestas.
Camino desde el Paso Molino hasta mi casa. Cruzo el Prado mientras pienso en las decisiones que tengo que tomar. Durante la noche me quedo fumando en la azotea observando el tráfico sobre Bv. Batlle y Ordóñez, en un silencio permeable por el llanto de mi hija menor. Me deslizo hacia dentro de la casa para atenderla. Le preparo la comida. No dejo de pensar en Hebe, en su historia, que en algún momento me gustaría contarla para que las cosas no se repitan, pero no tengo ese poder, solo me queda la introspección de encontrar entre las palabras algo palpable que se diga en la entrelínea. Redundo en el pensamiento y miro en mis manos el dibujo que se forma sobre la palma. Lo hago un segundo hasta que entro a la casa y cierro la puerta con llave. Mañana será otro día.
Tremendo relato donde las heridas de la menor estan acompañadas muy bien por tus letras.Triste y dolorosa pero nos dejan conocer una realidad que queda oculta para la mayoria de nosotros.Gracias por compartir
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