Volver a la familia


TODO ESTO QUE ESTÁ EN NOSOTROS 

Crónicas sobre acontecimientos socioeducativos

10/10


Uno vuelve a los lugares donde recibió algo. En esos sitios donde el encuentro es ineludible y la charla está siempre a disposición de la escucha. Por eso, una tarde en la oficina del proyecto, espacio de reunión del equipo de trabajo y con gurises para entrevistarse, buscar y pensar estrategias, se acerca Daniel a charlar, un adolescente de 15 años que conocí cuando tenía 9 y vivía con su tía.

Vuelven, cuando son adolescentes vuelven, por muchos motivos. Porque siguen en la misma, porque en su historia de vida se generó confianza y encuentran en ese espacio un lugar de contención, de escucha y de predisposición. Algunos problemas tienen una lógica de solución, otros carecen de alternativas y muchos de ellos responden a dramas estructurales difíciles de zanjar. Pero el espacio está predispuesto para la escucha, así que preparamos un té, cortamos unas tortas dulces y conversamos. Daniel nos cuenta en qué anda, sus problemas y sus alegrías. Nos dice que está cursando en la U.T.U. un taller de carpintería y plantea que teme cada vez que en clase le piden leer en voz alta. Sufre, se pone nervioso, le sudan las manos, se le tranca la voz. 

Por ese entonces estaba en la búsqueda de un cambio en mi rol de trabajo. Mi función como educador de calle había tocado un techo y me era legítimo poder aportar desde un camino que venía transitando en silencio: el leer y el escribir. Inmediatamente aparecen las tardes con mi padre enseñándome el silabeo, el dedo sobre el reglón, la unión trascendental de las palabras, la comprensión de los cuentos y el pensamiento volátil que nos acompaña cuando la conjunción de las sensaciones y de las emociones se transmiten ideas para siempre. Al menos así lo vivencio hoy sobre aquellos momentos de aprendizaje.

Durante mucho tiempo, dentro del marco educativo que sea, me pregunto por la motivación. ¿Cómo hacer para que cada actividad que uno se proponga con adolescentes tenga el componente motivador presente? Pienso que lo importante es el proceso, el producto es consecuencia. Si se da al revés estamos hablando de una consecuencia neoliberal, pura y llana.

Daniel quería leer en la U.T.U. sin tener vergüenza. ¿Qué le gusta leer a Daniel? ¿Qué le puede interesar? Reviso en mi cabeza esa biblioteca móvil que fui armando en la vida y en el silencio de la lectura. Pero me dirijo a lo que él me nombra: la historia del Gauchito Gil y de San Jorge. Lleva impresas unas hojas para leerlas, practicar la lectura. Hasta el momento no era más que eso: la intuición de un deseo. 

A la semana aparece, con las hojas impresas enrolladas. Comenzamos a trabajar, yo desde la intuición con los talleres literarios que tomé y con la voz de Susana (mi amiga bibliotecaria) que siempre me habló del contexto, de Bajtín y los discursos. Atamos algunos hilos sobre el relato, las diferencias, una lectura silenciosa, vemos las palabras que desconoce y buscamos sus significados por contexto y en el diccionario. Lo realiza, pero aún falta algo. Al final me dice “me gustaría leerle a mi sobrino un cuento”. Ese momento es clave. Aparece la motivación. 

En mi casa, desde siempre los libros me habitaron, pero con una narrativa enfocada al mundo adulto: Poe, Cortázar, Di Benedetto, Lispector, Onetti, Levrero, etc. Hasta la llegada de mis hijas, cuando los cuentos infantiles fueron tomando lugar, su espacio, hasta poder merecer su estante en la acumulación. Tomo uno de ellos para llevar al próximo encuentro con Daniel. 

Por intuición, porque me gustaba, porque a mi hija le llama la atención, elijo: Julieta ¿Qué plantaste?, de Susana Olaondo. Lo sorprendente de la literatura infantil es la amplia visión que puede ofrecer la animalización de los personajes y su transfiguración en las conductas humanas, ejemplos existen a montones dentro de la literatura universal, pero a los fines de los objetivos que comenzaba a plantearme con Daniel, este cuento era idóneo. Más cuando, tras el primer encuentro, él también lo elige, pero no como la única opción presentada, sino con la convicción de que ese era el cuento. Su voz, su decisión fue clara y eso me dijo, que por el momento podíamos iniciar el trabajo por ese rumbo.

Fueron alrededor de cinco encuentros de preparación, no solo para que llegue a leerle a su sobrino y su grupo en el jardín, sino para afianzar el conocimiento sobre el cuento. Leer no solo es pasar los ojos sobre las letras escritas dentro de una coherencia acorde, leer es aprender para la vida y es comprender dentro de las actitudes y comportamientos de los personajes cuestiones inherentes a nuestro ser.  


Uno en el lugar del otro


Me pidió que lo leyera. Lo hice. Antes realizamos una lectura exploratoria, observando los dibujos y la cantidad de palabras por página, deduciendo lo que sucedería, quiénes eran los personajes y los comportamientos que se veían. Tras la lectura realizada por mí, Daniel tomó el libro y poniendo sus dedos para ir marcando por donde leía comenzó la lectura. Fue de imprevisto, porque mi idea era realizar algún ejercicio de comprensión de la lectura, deducir significados y temas de qué trataba el cuento. Él quería leer. Lo dejé, lo escuché. Con la vista seguía su lectura, observaba detalles que luego me sirvieran para corregir y avanzar. El proceso fue intuitivo, más allá de mis conocimientos y de mi experiencia en formación, lo que guiaba el trabajo era mi deseo de que un adolescente se entusiasmara por la lectura, quizás también en el imaginario asistían las tardes en que mi padre me enseñó a leer. Pero más allá de lo personal, lo fundamental acá era que una motivación era el motor para que un adolescente se interesara en la lectura. Después de la primera vez que lo leyó, le quería proponer un ejercicio, pero ni bien terminó, volvió al comienzo y largó a leer de nuevo, observándole de forma intuitiva qué palabras no le salían, le sugería que cantara las sílabas y las repitiera para afianzar la palabra y entremedio le explicaba algunas pautas que marcan los signos de puntuación. Ese primer día, leyó el cuento tres veces seguidas. Aparte de apropiarse de la lectura y de ir comprendiendo lo que leía, adquirió fluidez, porque en las partes que se equivocaba al principio ya las sorteaba, y también pude ver en su cara los atisbos de la confianza y la seguridad en lo que estaba haciendo. Comenzaba a hacerse dueño de sus acciones.

En las semanas siguientes entre lecturas, le proponía ejercicios para que más allá de lo estricto de la lectura se fuera apropiando de la historia, realizando viñetas para entender la secuenciación, ensayando las voces y entonaciones de los personajes y el narrador. También hablamos mucho sobre las características de los personajes y cómo estos estaban en la sociedad, así por ejemplo “el zorro bicho astuto y haragán por excelencia”, Daniel los identificaba con los jueces y los políticos, en la búsqueda de querer sacar ventajas de aquellos que quieren trabajar la tierra. Hablamos de campesinos y de las tareas inherentes al campo, de las cuales a él le gusta realizar y que suele visualizar como futuro, como proyecto de vida.

Los encuentros fueron pasando con algunas faltas entremedio. En paralelo, desde el equipo del proyecto se coordinó con la maestra del jardín donde asistía el sobrino de Daniel. Se concretó la fecha para ir a realizar la lectura. Estando la presión, el interés y la motivación encontraron un terreno más firme. 

Se habían realizado los pasos necesarios para enfrentar el momento. Daniel sabía que se ponía en juego la confianza, el temor y los nervios, pero también sabía que no iba solo. Realizó la lectura con mucha calma y fluidez. Al finalizar y salir del jardín, recuerdo sus ojos cuando se iba por la calle y yo me subía al auto, se dio vuelta y me dijo “Gracias” y salió brincando, contento de alegría. Tiempo después me confesó que aquel día estaba recagado. 


Comenzamos a escribir


Tras aquella lectura hubo un impasse de un mes. Daniel no venía. Había comprado el nuevo libro, Por un color, de Susana Olaondo para continuar. Insistí para no perder el hilo. Pero no aparecía.   

Sin embargo, hay que estar atento a las circunstancias del momento. En el transcurso del tiempo de espera, sale la propuesta de un concurso de cuentos de I.N.A.U.: “La vuelta al libro en 80 cuentos”. En varios ámbitos de trabajo con escritura creativa, un concurso estimula o puede ser el puntapié para comenzar a escribir. 

Le hago la propuesta a Daniel y acepta. Siento y percibo, más allá de haber acompañado alguna charla como educador con él y su hermana, que el suceso de la lectura del cuento a su sobrino habilitó una puerta de él hacia mí, que no es otra cosa que la confianza que se generó, es decir, una apertura del amor hacia el prójimo. 

En los primeros encuentros con la escritura trabajamos ejercicios de identidad y recuerdos personales. En cada uno escribe distintos textos. Lo hace con soltura, es prolijo y trabaja de forma concentrada. Durante el trabajo continuo el silencio habla, pero en el papel, y al soltar la lapicera indica que terminó.   

        Al finalizar se sorprende de escribir. Leemos lo que salió de la historia y analizamos. Los personajes, los espacios donde transcurre la acción y la situación de conflicto que se plantea. Hablamos mucho, establecemos comparaciones entre la historia y su vida, sus deseos e intereses. Me llevo la hoja en la que trabajo, por mutuo acuerdo. Me promete para la semana siguiente traerme algo escrito. Este ejercicio, que se llama “El nombre propio”, consta de extraer distintos sustantivos comunes y propios a partir de las letras que conforman tu nombre, tiene la posibilidad de dividirse en varias partes, es una apertura al trabajo de la identidad a partir de la conjugación de letras que se puede realizar con el nombre del participante.

Y lo hizo, realizando el mismo ejercicio. Daniel me trae un texto titulado: “Familia Garsía”. Cuenta la historia de una familia que vuelve a encontrarse. En una estructura clara de padre y madre con tres hermanos. Esta historia plantea un deseo, el derecho a vivir en familia, que por razones de la vida le fueron impedidas. La apertura emocional para el abordaje de la temática estaba claro, la familia era un tópico a desarrollar.   

Ese mismo día trabajamos un ejercicio sobre los recuerdos a partir de una serie de palabras propuestas por mí y de las que se deben generar otras palabras que recuerden. Luego de generar los pares, elegir un par y escribir un texto. Daniel eligió el par: Cárcel- Papá.

El aprendizaje es mutuo, la relación educativa debe plantearse como un canal de transmisión donde las aguas se mezclan. Por eso, aquí hago la salvedad y una nota sobre el ejercicio: cuando se conoce a la persona o se tiene datos es lícito provocar con palabras para guiar ciertas aperturas. Uno como educador intuye que las vidas dañadas tienen sus causas, sus hechos, sus momentos y la necesidad de poder hablar de ello es necesario para destrancar del pasado lo que aún en el presente se mantiene como llaga. Aunque considero que el respeto y el permiso para la apertura deben ser conscientes. En ese sentido, la literatura es un canal propicio para la auto-reflexión desde la distancia que implica volver a leerse mientras se escribe, en un doble acto de re-conocimiento.    

No voy a negar cierto temor al proponer los ejercicios. La aventura de la experimentación acarrea riesgos e incertidumbre cuando se sabe que se está por entrar en aguas profundas. De la misma manera que el camino de la lectura del cuento, fue la intuición la que guió el trabajo. El conocimiento técnico de los elementos narrativos son necesarios obviamente, pero acá no se trata de llegar a un buen texto como propósito inicial, sino que lo imperioso es el trabajo reflexivo que se pueda realizar a partir de lo escrito. ¿Qué nos despierta la literatura al crearla? ¿Qué mecanismos influyen en el recuerdo al plasmar sobre un papel retazos de nuestras vidas? Sin duda, la vida misma, ese pasado que asiste cotidianamente como un fantasma que acecha invisible e influye sobre nuestras decisiones, que interpela nuestros miedos y genera un accionar, sobre el cual, como educadores/as luego abordamos. Por esta razón se trató el material que generó Daniel a partir de los ejercicios como un hojaldre del que descubrimos sus capas y materializamos los sentidos que traía consigo. 

En esta primera instancia estaban claras las líneas por las cuales íbamos a guiar la historia: una familia, un adolescente, un deseo y privación de libertad (causas y consecuencias). Teníamos el material, los ladrillos, como le decía, ahora había que organizar el cuento, construir la pared.   

El cuento lo escribió él, como tallerista guiaba el trabajo, sugería, alentaba. Le decía que este era el momento de “caos creativo”, donde teníamos todo el material a la vista pero había que ordenarlo, como si tuviéramos los ladrillos, el cemento, arena y debíamos construir la pared, con paciencia, esperando que seque, haciendo bien la mezcla, etc. 

Después de estos dos encuentros donde se generó el material, se produjo un nuevo impasse. A la semana siguiente no vino porque tenía cosas de la U.T.U. que resolver. Yo pensaba que un poco estaba evadiendo el tema, entrábamos a circular por las llagas, el dolor y no es sencillo entrar a remover lo que duele. Sin embargo, a la siguiente asistió y estuvimos trabajando sobre la organización del discurso. Con el material diseccionado por partes fuimos, entre sugerencias y motivaciones, escribiendo la primera parte, armando las columnas, poniendo los primeros ladrillos. Trabajamos una hora, como más o menos lo habíamos establecido. Antes realizamos un ejercicio de secuenciación y el pasaje de la primera a la tercera persona con acciones cotidianas. Al terminar, yo me llevé la hoja trabajada para transcribirla a una computadora y le di un ejercicio para realizar en su casa. La idea acá era poder organizar la información, establecer la estructura del relato, el juego con el tiempo, las acciones de los personajes y las causas que traían esas acciones. Al ficcionalizar entramos en nuestra vida. Por más espacio que le demos a la ficción, el acto creador está impregnado del escribiente. 

A la semana siguiente me avisa que estaba con gripe, fiebre, que no se sentía bien. El tiempo comenzaba a apremiar para presentarse al concurso, en una semana se vencía el plazo para la entrega y cumplir con el objetivo era una forma de estimular, que de alguna manera también despierta la concentración y el trabajo arduo. Se profundiza, porque se penetra en el mundo de la creación y el tiempo de alguna forma queda abolido para entrar en el canal de la escritura creativa. 

  Por esta razón, una semana antes nos juntamos en su casa y continuamos trabajando. Finalmente nos quedaba un encuentro para terminar, porque la fecha de entrega se aproximaba y no había más espacios para juntarse. Ese día estuvimos 2 horas escribiendo sin parar, reflexionando sobre los hechos del cuento, sobre las consecuencias de los personajes. 

Finalmente entregamos el cuento en tiempo y forma. 

***


Ahora, luego de que el tiempo pasó, el cansancio se apoya sobre mis pies. Acompañé una parte del camino, creo haber sembrado una inquietud, pero sobre todo un sentido. Este punto quisiera resaltarlo, porque más allá de la experiencia y, revisando el proceso, comprendo el sentido de la enseñanza, que más allá de mi conocimiento técnico literario, el sentido estuvo en el encuentro y en el aprendizaje mutuo. 


 

Comentarios

  1. Nuevamente me sorprende tu labor.Gracias por poner tu tiempo y conocimiento en favor de los mas necesitados.Gracias por compartir tus letras que son una terapia al lector.

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