La extensión de la familia
TODO ESTO QUE ESTÁ EN NOSOTROS
Crónicas sobre acontecimientos socioeducativos
9/10
Lorenzo siempre fue el que tomó la iniciativa. Fue el primero que dijo basta y logró quebrar con lo que sucedía en su casa desde hacía años. Si bien varias veces sus actitudes estaban encubiertas por la mentira, una vez que se zafó de su hogar las cosas comenzaron a cambiar y él se mostró como era: un adolescente en busca de afecto y contención. Pero no estaba solo, dentro del núcleo familiar también se encontraban dos hermanas menores que tuvieron que soportar más tiempo en la casa de la madre hasta que se pudieron ir a vivir con la tía Helena.
Fue un largo recorrido hasta que se lograron establecer en la casa de la tía, muchas palabras para lograr acuerdos de convivencia, internaciones en Centro Tribal para poder realizar comparaciones entre vivir en un hogar y dentro del sistema de protección del Estado, largos informes para dar cuenta en el juzgado sobre los avances de la situación, reuniones con la supervisión y extensos seguimientos del expediente dentro del I.N.A.U. para que se le asignaran recursos económicos a Helena que se hacía cargo de tres sobrinos.
Recorro el eje de la calle Agraciada caminando, es la única manera en que voy a ir develando la primera parte del entramado de esta historia. Para escribir crónicas hay que estar en el lugar de los hechos, percibir el aroma del ambiente, la movilidad de la gente, encontrar la paciencia de las palabras que se escriben, aminorar el flujo de pensamientos para que los hechos puedan ir apareciendo de manera escalonada. Trabajamos el dolor como materia prima, moldeamos la desgracia para filtrar rayos de luz que alumbran zonas de profunda oscuridad. Esa es nuestra tarea.
Escurridizo
El calor en el Paso Molino se pegaba al pavimento como una cachetada. El tráfico por la calle Agraciada se dibujaba como una sucesión de líneas continuas. Lorenzo subía y bajaba de los ómnibus con una agilidad propia de la edad. Vendía caramelos y gomitas con soltura, sabía el discurso y lo repetía con precisión. Manejaba la labia del comercio con un gran poder de imitación de sus colegas. Tenía 13 años. Era febrero de 2017 y las obligaciones escolares se veían pausadas por las vacaciones. Lorenzo se escabullía. No había manera de seguirlo. Bajaba y subía del transporte sin dejar pista. Hacía varios días que nos decían que lo veían, pero no podíamos dar con él. Entonces dejamos de perseguirlo como policías y nos sentamos, precisamente, en la plaza de la Policía cerca de la esquina de Agraciada y Zufriategui. En esa zona se congregaban todos los vendedores ambulantes. Había momentos en los que era mejor detenerse y esperar la oportunidad unos minutos. Mientras fumábamos un cigarro, apareció Lorenzo. Lo abordamos con cautela. Él no quería acercarse. Pero terminó cediendo a nuestras preguntas y accedió a estar en el dispositivo que tenemos equipado para el trabajo. Conversamos y realizamos algún juego pasajero para reducir su tiempo de permanencia en la calle. Pero él no estaba interesado, tenía que trabajar, tenía que seguir vendiendo. Nos dijo que ya había un equipo de educadores que trabajaba con él, pero no sabía decirnos cuál.
Por medio de Lorenzo, al tiempo llegamos a contactarnos con la madre, Valeria, quien se mostraba con intenciones de comenzar un proceso de trabajo. Ella veía que la situación de Lorenzo se le iba de las manos, que no había forma de que el adolescente dejara de estar en la calle. Logramos establecer contacto con el otro equipo que trabajaba con la familia y nos hacen saber de la existencia de Micaela, una hermana menor de Lorenzo, quien realizaba en la casa tareas de limpieza, cocina y cuidado de una hermana más pequeña: Érika.
Comenzamos el proceso de trabajo encontrándonos de manera semanal con la madre, apoyándola con útiles escolares para sus hijos y realizando algunos surtidos de comestibles. Establecemos contacto con la escuela e invitamos a Lorenzo y Micaela a las actividades del proyecto. Pero se observaba en los gurises una actitud escondida en su forma de relacionarse, como si cada uno de sus comportamientos se encontraran medidos por la mentira. Acompañamos en la actualización de cédulas y control de salud. Hasta ahí, cuestiones inherentes al trabajo en la restitución de derechos. Sin embargo, observábamos en Valeria una forma violenta de dirigirse hacia nosotros, como si tuviera cola de paja. La misma actitud que tenían los gurises sobre nosotros. Esta misma situación violenta se daba en la escuela, donde en varias oportunidades tuvieron que llamar a la policía porque la madre se encontraba totalmente fuera de quicio.
Al tiempo de trabajo, comenzamos a ver que no respetaban los acuerdos, que Lorenzo seguía estando en calle. Él mismo nos dijo que era su madre quien lo mandaba a vender a los ómnibus. También, como una gotera que se filtra por el techo, nos comenzamos a enterar de que Micaela pasaba tiempo en la noche fuera de su casa, transitando plazas en el barrio, a su vez también constatamos que Lorenzo vendía hasta alta horas de la noche por el eje de Agraciada, pese a los acuerdos realizados con la madre.
En enero de 2018 se produce un hecho violento del padrastro hacia Lorenzo. El adolescente fue golpeado en el rostro. La madre no realizó ningún tipo de acción. No denunció ni llevó a Lorenzo a un centro de salud. Tampoco evitó que las niñas menores siguieran conviviendo con el agresor.
Redes familiares
Ante el hecho de violencia, Lorenzo se va de la casa materna. Un fin de semana nos llamó su tía Helena para informarnos que el adolescente estaba viviendo con ella y su familia. Helena era hermana de Valeria. Tenía intenciones de hacerse cargo del cuidado. Nos recibió en su casa y se entrevistó con el equipo mostrándose dispuesta a cumplir la protección. A los meses se produce la primera audiencia judicial en la que se le otorga la tenencia provisoria e inscribe al adolescente en la U.T.U. de Santa Catalina.
Tras varias entrevistas, visualizamos una red de contención para Lorenzo, quien dejó de vender en los ómnibus. Helena se vuelve una referencia positiva tanto a nivel emocional como afectivo. A su vez el adolescente tiene buena relación con su primo de la misma edad y su tío.
En abril de 2018, Micaela se presentó en el local manifestando nuevos maltratos y negligencias, por lo cual se denunció en el expediente del Juzgado de Familia Especializada. Tras esta denuncia, se realizaron las acciones pertinentes para que Erika y Micaela pasaran a vivir con su tía. Al producirse que los tres hermanos se insertaran en el núcleo familiar de Helena, ella decide dejar temporalmente el trabajo que realizaba para poder dedicarse a los cuidados de sobrinos e hijos menores. Helena se vuelve un sostén fundamental para Lorenzo y sus hermanas. Esos sostenes son difíciles de encontrar en el trabajo socioeducativo que se realiza, en varias oportunidades no hallamos quien se haga cargo del cuidado de las infancias como debe ser, personas con claridad en las pautas de crianza, con límites precisos y rutinas ordenadoras.
Nuevos procesos
¿Cómo proteger e integrar tres vidas dentro de una familia? Es la pregunta que me hago ahora, mientras camino por Agraciada después de más de cinco años de una de las intervenciones que más cuerpo y cabeza nos ha llevado. Lo digo en plural porque no trabajé solo, sino que éramos una dupla junto a un equipo que pensaba en las prácticas y estrategias. En ese sentido se volvieron fundamentales las discusiones que se producían entre los colegas de trabajo porque la situación insumía mucho desgaste para sostener las demandas que venían por parte de la familia.
En un primer momento de este nuevo escenario se configuraron un par de urgencias que había que resolver con rapidez, pero el sistema no era benévolo. Todo lo contrario. La burocracia tenía unos tiempos mortales. Eran tres nuevas bocas que necesitaban un lugar donde dormir y ropa para vestir. Pero no solo era lo material, sino también la urgencia de sostener una atención psicológica para allanar un camino pedregoso y confuso. Porque los dramas de las infancias suelen ser irreparables. Urgía contemplar varias aristas en el menor tiempo posible. La estructura estaba clara y firme, pero había que buscar la manera de sostener las paredes.
Además de solicitar mobiliario, comenzamos la ardua tarea de solicitar el beneficio conocido como Familia extensa- Acogimiento Familiar de I.N.A.U., una prestación económica para solventar los gastos que insumían Lorenzo, Micaela y Érika en el nuevo núcleo familiar. Los ingresos con los que contaba la familia eran sumamente limitados, solo la pareja de Helena era el proveedor y garante de los ingresos económicos. La tía tuvo se encontraba con la predisposición y dedicación exclusiva para el cuidado y bienestar de sus sobrinos e hijos.
Comenzamos un duro trabajo de transición para la estabilidad del adolescente y las niñas en el hogar de la tía materna. Para ello, se realizaron visitas semanales al hogar con el objetivo de generar acuerdos de convivencia mientras presentábamos más informes al juzgado y a la supervisión para tener con celeridad el dinero que la tía necesitaba para sostener a sus sobrinos. Los tiempos eran densos y la burocracia más bien extensa, teníamos que presentar documentación y esperar, sobre todo esperar, a las reuniones de directorio de I.N.A.U. donde se tomaban las decisiones. En los años de trabajo nunca habíamos observado una referente familiar que se hiciera cargo de tres vidas dañadas, con todo lo que eso implicaba a nivel emocional. Había que gestionar no solo el alimento y lo material, sino también el sostenimiento de la convivencia, la puesta de límites, la concurrencia a los centros educativos y el hábito de la calle, que estaba establecido en ellos como algo natural. Esto tensionaba el cotidiano de forma permanente y Micaela era la que más traía dificultades en ese sentido. Lorenzo, en cambio, se había adaptado a la nueva forma de vida y se lo veía más relajado y predispuesto a colaborar. Érika, la más pequeña, era más permeable a los nuevos cambios, si bien mantenía formas de la crianza de su madre como el vocabulario y problemas de conducta en la escuela, se mostraba con otras condiciones para negociar y adaptarse a la nueva realidad.
Valeria no colaboraba, todo lo contrario, incitaba a Érika para que en el juzgado mintiera. Micaela le pudo decir a su madre que fue ella la que realizó la denuncia sobre los malos tratos ejercidos hacia ellas. Durante este periodo mantenían conversaciones telefónicas en las que Valeria prometía ir a verlas pero después no lo hacía, lo cual desestabilizaba emocionalmente a las niñas.
Después de tres meses de convivencia, Micaela no respetaba los acuerdos. Su tía decide que en la audiencia judicial le pedirá a la jueza que la adolescente fuera al Centro Tribal de manera transitoria. El peor castigo que puede recibir alguien en la vida es ir a vivir a Tribal. En ese momento tuvimos que contener la decisión y apoyar a Micaela para que pasara de la mejor manera posible la internación. Su tía se mantenía en la posición firme de que si Micaela no cumplía los acuerdos establecidos no volvería a la casa.
Un mes y medio sirvió de escarmiento para que la adolescente retornara al hogar de la tía y pudiera comparar las formas de vida que se le ofrecían. Esta estrategia habilitó la posibilidad de un espacio terapéutico para Micaela, y así comenzar a lograr cierta estabilidad emocional, propiciando una mejor comunicación con los referentes adultos.
Mientras tanto, continuábamos con la tramitación del beneficio de la familia extensa. Para ese entonces ya habían pasado más de seis meses que el grupo de hermanos estaba conviviendo con la nueva familia. Helena vio oportuno también el comienzo de un espacio terapéutico para Érika dada sus manifestaciones de inestabilidad emocional.
En el transcurso de un año, los adolescentes y la niña han realizado un proceso de adaptación positivo en el núcleo familiar de Helena, respondiendo a las normas y reglas del hogar. Ella fue una referente sólida y de confianza, con el compromiso debido para el cuidado y la contención. Después de varios meses y trámites, se logró gestionar y concretar el cobro de Familia extensa por el periodo de un año, lo que posibilitó los medios materiales para el sustento diario de las necesidades.
Sin embargo, una tarde el agresor de Lorenzo se presentó en la casa de Helena porque habían terminado las medidas de restricción. Como un fantasma que da vueltas, solo logró desestabilizar a los hermanos, rememorando situaciones de tortura y abuso. Se solicitó al juzgado la extensión de las medidas de acercamiento, pero en ningún momento recayó sobre el agresor el peso de la justicia por los actos cometidos.
El tiempo fue pasando y los adolescente se adaptaron al nuevo hogar, comenzamos a observar en Lorenzo a un adolescente maduro, con tranquilidad y pensamientos positivos. A Micaela se la veía más receptiva, con poder de escucha y sostenimiento de las reglas de hogar en común acuerdo con su tía. En Érika se visualizaba una niña contenta y con entusiasmo, realizando con el psicólogo del proyecto un espacio terapéutico semanal que le permitió canalizar sus emociones y comprender comportamientos vinculares tanto en su hogar como en la escuela.
***
Ahora que camino por Agraciada, llego a Plaza Cuba y observo el transcurrir del tránsito. Miro las caras de las personas tratando de encontrar rostros conocidos que me permitan visualizar el tiempo transcurrido. La intervención con Helena y sus sobrinos fue una de las más arduas y con mayor desgaste que he tenido en estos diez años de trabajo. La intensidad era diaria y constante. Cada día había algo que realizar. Con el tiempo me fui agotando del oficio, iba reconociendo en mí un estado de cansancio incesante. En esa misma época fue que me presentaron el concepto de “burnout”. Desde hacía unos años había tocado un techo en las intervenciones, el contacto directo con las vidas dañadas me había llevado a no encontrarle sentido al trabajo diario. Es que se trabaja con el problema en estado crudo y, como todo conflicto, cuando se está en el meollo, es complejo poder visualizar dónde uno se encuentra parado. Después de pensarlo y meditarlo en varias aristas de mi vida fue que decidí correrme del lugar de educador de calle para desarrollarme en otros campos y oficios que me supo dar la vida.
La crónica siguiente es la síntesis de lo que venía haciendo desde hace unos cinco años con mayor esmero: escribir narrativa. Pero no solo eso, sino que me venía formando para poder impartir talleres de escritura. Con un amplio conocimiento sobre las situaciones de los niños, niñas y adolescente fui desplegando un arsenal de juegos y ejercicios que me permitieron aportar al proyecto desde otra perspectiva.
Era necesario hacerme a un costado, dejar que otras personas con nuevos aires pudieran dar la impronta y la energía que el proyecto necesita, porque insume mucho desgaste emocional. Mi compañera de vida me dijo: “estos trabajos tienen un tope, en algún momento hay que cambiar”. Tenía razón.
Como siempre tu forma de relatar hace que uno vaya caminando por tus letras.Reconociendo el dolor de niños y adolecentes que sus padres no se hacen cargo del daño que eso genera.Gracias por compartir
ResponderEliminarGracias Ana por tu lectura atenta!!!
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