Lo embarazoso de la burocracia


TODO ESTO QUE ESTÁ EN NOSOTROS 

Crónicas sobre acontecimientos socioeducativos

6/10


Hacía tiempo que esperábamos su llamada. El vínculo con Juana siempre fue un tanto distante, era una adolescente reticente a nuestra intervención. Por lo tanto, hacíamos un poco el juego de alejarnos para acercarnos, nos acoplábamos al ritmo que ella marcaba para tener cercanía. Aunque pareciera contradictorio, estar más cerca de ella significaba alejarse, a menos intervención, más confianza. Con mi dupla nos costaba entender esta lógica, pero era la manera que teníamos de poder trabajar con ella. Si bien había momentos en que teníamos que hacer la vista gorda, cada vez que intentábamos sugerirle algo, ella tomaba distancia. Durante el primer año de intervención mantuvimos la dinámica que ella sugería, con charlas esporádicas y ocasionales. De todas maneras la convocábamos a las actividades por si quería ir, aunque la mayoría de las veces se negaba.

Fue un viernes, me llamó a mi teléfono personal, ese día no trabajaba pero la atendí de todas maneras. Hacía más de un mes que no contestaba nuestras llamadas y su situación era complicada. No solo por pernoctar en la calle siendo adolescente, sino por el entramado que la rodeaba. La llamada fue corta, quedamos en juntarnos el lunes en la plaza del Entrevero a las dos de la tarde. Tenía algo para decirnos. Para mí, recibir su llamada, fue algo positivo porque su situación me generaba mucha preocupación desde que comenzamos el trabajo con ella, hacía ya dos años.

En septiembre del 2015 iniciamos el abordaje con la adolescente. Ella cuidaba coches en una zona céntrica de Montevideo y pernoctaba en la calle de manera intermitente. Se comportaba como un bichito, nos huía. No registraba nuestra presencia. Durante más de un año intentamos trabajar el  vínculo de confianza, pero ella se mantenía reticente, no participaba de las propuestas de paseos, no accedía a que la acompañáramos a los controles de salud. Sin embargo, junto a nuestra distancia, comenzamos a trabajar según la demanda de ella, y a veces proponiendo pequeñas cosas que fueran de su interés, como juntarse a cocinar. Con el tiempo fue aflojando su caparazón y participó de un campamento adolescente con el proyecto. Dada la cercanía céntrica, la vinculamos a un centro juvenil que le quedara más a la mano, porque nuestra propuesta se desarrollaba en la zona oeste de Montevideo.


Perfiles

 

Era una adolescente que se encontraba sola. Su contexto familiar era muy adverso, sus padres carecían de toda posibilidad de cuidado. Por lo cual Juana, con sus quince años, parecía más madura que sus progenitores, que además estaban separados. Por esa razón su manera de sobrevivir en el mundo era en la calle, relacionándose con adultos mayores. Ella buscaba una figura de cuidado que no encontraba entre sus padres. En ese sentido, desde el comienzo del abordaje, nos encontramos con la figura de Jorge, a quien ella presentaba como su pareja, que la duplicaba en edad. Con él, aparte de dormir en la calle, también consumía alcohol, marihuana y pasta base. Juana lo veía como una figura de protección. Los padres legitimaban esta relación. Ante esta situación, cada vez que problematizábamos ese vínculo, Juana se mostraba reacia a nuestros comentarios. Sin darnos posibilidad de cambio. Sin embargo, nuestra tarea era hacerle ver la manipulación de Jorge cada vez que Juana se relacionaba con pares o realizaba actividades recreativas. En ese sentido, Jorge no estaba de acuerdo en que Juana fuera al centro juvenil donde se encontraba terminando la acreditación de primaria. Pero nuestro eje de trabajo era la adolescente, así que, pese a asesorarnos con instituciones que trabajan la explotación sexual y comercial y de informar al Juzgado sobre la situación, manteníamos el vínculo con ella a pesar de sus decisiones. Si nosotros tirábamos más de la cuerda, esta se iba a cortar, así que había que ser muy meticulosos en el abordaje para no perderla.

Aparte de todo este panorama, también estaba la figura de un “benefactor” adulto de la familia que le regalaba celulares, motos, bicicletas y un perro de raza. Este sujeto era dueño de una cadena de hoteles donde la familia de Juana, incluido Jorge, trabajaba en el mantenimiento y otras tareas. En una ocasión le preguntamos a Juana qué actividades realizaba y ella contestó: “le voy a tender la cama”. Cada vez nos preocupaba más la situación de la adolescente, no había forma de poder filtrar nuestras sugerencias. De todas formas, junto con el centro juvenil, accedía a problematizar su situación. Era un tire y afloje constante en el que nosotros nos movíamos con mucha cautela.


La llamada


Ese día llegué un poco antes de lo acordado. Me senté en la plaza y me dejé invadir por los sonidos del tráfico urbano. Busqué un banco, cerré los ojos intentando captar lo que me develaba el ambiente, las conversaciones perdidas que escuchaba en el andar de la gente, la fuente en su rumiar constante de agua. Estuve un rato en ese estado contemplativo del entorno pensando en Juana. Me armé un cigarro, lo saboreé, miré la hora en mi celular, eran las dos menos diez. Mi dupla ese día llegaba un poco más tarde porque tenía que entregar unos informes en el juzgado. Observé a las personas en su andar cotidiano, otras que estaban sentadas conversando, me detuve en sus gestos, en cómo se relacionaban entre sí. A lo lejos vi que Juana llegaba a la plaza. No fui a su encuentro de manera inmediata, sino que la miré. Esperé a ver qué hacía. Observaba para todos lados buscándome, estaba inquieta. Terminé de fumar y me acerqué. El aire tibio de la tarde me mantenía relajado y expectante a lo que me pudiera plantear Juana.    

Ese lunes en la plaza la vi a Juana como una niña, así me lo marcaba su rostro, con cierta inocencia en su mirada, aunque tenía 16 años, pero estaba inquieta y nerviosa. Comenzamos conversando sobre nimiedades, como el clima, pero al preguntarle por el motivo de su llamada, me contesta que creía que estaba embarazada. Me comentó que hacía tres meses que no menstruaba. Quedé estupefacto, porque pensaba que su planteo iba por volver a estudiar o que por fin iba a acceder para ir a un hogar de protección. Nunca imaginé esa situación, pero disimulé mi desilusión y comencé a animarla para que me contara cómo se sentía. En todo momento, cuando se interviene, no hay que pensar en cómo se encuentra uno. Eso se hace después, cuando se produce un espacio acorde para hablar con un colega. Cuando se interviene lo único que hay que ofrecer es la escucha y la presencia.  

Ella tocaba el banco de madera con sus manos, deslizaba los dedos con detenimientos, luego se frotaba las palmas húmedas de nerviosismo, miraba en el suelo las colillas de cigarro tiradas, cuando levantaba la cabeza el sol le pegaba en la mirada. Estuvimos un ratito en silencio. Ella no hablaba mucho, sus expresiones eran escuetas, mezcladas con risitas nerviosas. Cuando me recuperé de lo que me contaba, le agradecí la confianza que tuvo de recurrir a nosotros. En otras cuestiones siempre fue muy reservada y era difícil que asistiera a controles médicos o que tomara alguna medicación que le sugerían en las pocas consulta a las que se dejó acompañar. Juana era así, callada y moderada pero con una sonrisa que al salir mostraba a otro ser. Una persona abierta a conversar con madurez. En ese momento estaba asustada. Fue clave durante la intervención mantener la distancia que permitía el acercamiento de ella. Es decir, pese a los hechos que se hubiesen podido evitar, que ella recurriera a nosotros era signo de que algo en el abordaje habíamos hecho bien. O era el consuelo que encontrábamos ante tamaña problemática. “En Uruguay, como en otras partes del mundo, las causas del embarazo adolescente deben buscarse en las desigualdades socioeconómicas, culturales y de género. Su existencia está asociada a la escasa capacidad de elección, por falta de oportunidades, entre proyectos de vida alternativos. Las condiciones de vida críticas de los hogares en que viven las jóvenes aumenta la vulnerabilidad respecto al embarazo precoz y en algunas ocasiones no deseados.”

Luego de un poco de charla fuimos a una farmacia y compramos un test de embarazo rápido. Aproveché para relatarle, con el mayor de los cuidados, las opciones que existían en el caso de que ella decidiera no querer continuar con el proceso. Desde 2012 en Uruguay se encontraba en vigencia la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Pero me dejó clarísimo que, si lo estaba, iba a tenerlo. Aunque dejó entrever que prefería no estarlo, que la duda de su estado era la esperanza de no tener que asumir la realidad. Cuando llegó mi dupla de trabajo, leímos las instrucciones del test, ella se sonreía de los nervios y jugaba con un papelito en la mano, lo cortaba, le hacía bolitas y lo descartaba con un tincazo. En esto quisimos ser claros con ella, planteándole nuestro apoyo y deseo de seguir trabajando, fuera cual fuera el resultado del test. Nos despedimos. Al caminar con mi dupla nos miramos y no necesitábamos más certezas, intuíamos que sería positivo, pero le dejamos un margen para que ella hiciera su proceso.

Cada una de las intervenciones lleva su peso. Uno deja el cuerpo cuando se encuentra con una entrevista o un acompañamiento. Se comparten también entre las duplas cuestiones personales que reflejan anhelos y frustraciones sobre el trabajo en el campo. Se establecen condicionales como “si hubiésemos hecho determinada acción, esto no estaría sucediendo”, pero se trabajan con otras vidas que tienen su curso, su andar y sus destinos. Por más que se quieran encauzar hacia determinado puerto, hay acciones que toman las personas que escapan a nuestra intervención. Nuestro trabajo tiene que ver con abordar ese material y sus consecuencias.  

Bajamos por Avenida del Libertador para ir al Juzgado. Cada dos por tres íbamos a ese lugar llenos de archivos y ficheros que guardan causas y consecuencias de muchos niños, niñas y adolescentes con los que trabajamos. Hacía seis meses habíamos presentado un informe exponiendo toda la situación de Juana y la urgencia de la intervención. Una vez dentro del Juzgado nos sumergimos en un laberinto de búsqueda del expediente de Juana porque no estaba en la mesa de recepción. Pasamos del primer piso de audiencias a defensorías dos veces. Esperamos sentados sobre unas sillas metálicas como media hora hasta que logramos hablar con la defensora del caso, pero no tenía el expediente con ella. Recorrimos todo el juzgado y tuvo que insistir para que lo sacaran de la pila de expedientes pendientes. Se me figuran como un montón de carpetas con archivos que no conducen a nada, en ese silencio mentiroso del tiempo burocrático. Nos preguntábamos mientras la defensora leía las páginas de forma rápida: ¿Si no insistíamos, iba a quedar para siempre perdido? 

Cuando la defensora leyó el expediente y escuchó la situación, se apropió de la urgencia y nos pidió un breve escrito para “tomar cartas en el asunto”. Al salir, nos miramos con mi dupla y nos comenzamos a preguntar: ¿Qué pedirle a la justicia? ¿Que la internen en un hogar y que Juana se vaya en dos días? ¿Que la vayan a buscar en un patrullero y que no confíe más en nosotros? ¿Qué le puede dar un juez? Nos quedamos todavía con las dudas, pero sabiendo que la burocracia está ahí y que si no se insiste no se llega a nada.  


Decisiones


En efecto, Juana estaba embarazada de Jorge, su “pareja” adulta con la que cuidaba coches. En el primer control se enteró de que tenía cinco meses de embarazo. Desde ese momento nuestro vínculo con ella cambió de manera radical. Juana se transformó en otra persona. No solo dejó de consumir, sino que se mostraba solícita a nuestras sugerencias. Algo era cierto, si ella no cambiaba, no podría estar al cuidado de una criatura. Con 16 años adquirió una madurez sorprendente, mostrando mucha fortaleza tanto en la preocupación por los cuidados en salud en torno al embarazo, como del lugar donde recibiría a su hijo. 

Con esta apertura comenzamos la tramitación mediante el Juzgado para su ingreso a un hogar de madres adolescentes, que la apoyaría en las pautas de cuidado, en su inserción laboral y en las rutinas. Pero antes tuvo que pasar por el Centro Tribal hasta que se le asignara un cupo. En ese tiempo de espera la adolescente se dejó acompañar y nuestro vínculo con ella se hizo fuerte. Ella misma, con nuestro apoyo, asistía a los controles en salud. Jorge también nos acompañaba, pero nosotros manteníamos cierta distancia. Nuestro trabajo era con Juana, y en ese sentido continuamos problematizando el vínculo.

En el último periodo del embarazo se logró el cupo en el hogar de madres adolescentes en La Teja donde Juana se fue a vivir. En enero de 2018 nació su hijo. Durante un tiempo mantuvimos el vínculo y nos juntábamos con ella a conversar. 

            

                            ***


Si hay algo claro en el oficio de operadores sociales es el lazo que se tiende mezclado con una serie de sentimientos que nos hacen crecer en conjunto como seres humanos. Nunca debemos olvidarnos que trabajamos desde lo humano, que nuestras vidas se involucran con otras, en un momento de la existencia, y poder discernir, en el transcurrir del tiempo, este aspecto se vuelve fundamental. Cuando se advierte que esta presencia se diluye o comienza a mezclarse con la automatización de lo laboral, es momento de cambiar, de buscar otro rumbo, de dedicarse a otra tarea. En ese sentido, comenzaba a sentir el desgaste de la intervención, la presión del trabajo en el territorio, del cansancio de algunas situaciones que no encontraban su rumbo y de la violencia material e institucional que se tiene que soportar día a día.

Paso por la puerta del Juzgado de Familia Especializado en la calle Rondeau. No sé la cantidad de veces que vine durante estos diez años a presentar informes, a participar de audiencias que definían la permanencia o no de niños, niñas y adolescente en su núcleo familiar. Dentro del trabajo el juzgado tiene una gran incidencia, un gran peso en las vidas dañadas. 

Me siento en las sillas de metal. Me dejo invadir por una sensación angustiosa. La verdad es que nunca desearía tener que pasar más por aquí en ninguna oportunidad. Ya lo hice. Ya cumplí mi cuota. 

Salgo a la calle, veo venir los ómnibus que dejo pasar hasta que me decida a cambiar la atmósfera pesada que me invade. Sabía que en algún momento iba a escribir sobre todo lo que viví en estos lugares donde la burocracia se hace contenciosa y densa. Enciendo un cigarro. Cuando lo termino, me subo al primer ómnibus que pasa, apoyo la cabeza sobre la ventana y dejo que mis pensamientos se pierdan sobre el pavimento.  


 

Comentarios

  1. Es dificil dar una devolución cuando se leen historias reales.Mas cuando la realidad es cruda he involucra a una adolecente .Duele y es parte de una vida sin ninguna proteción familiar.Gracias por compartir

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Ana tu lectura. Muchas adolescentes se encuentran en esa situación.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Sobre avances y retrocesos

Escribir la práctica

Reseña literaria "Dos semanas" de Agustín Garín