Caminar
TODO ESTO QUE ESTÁ EN NOSOTROS
Crónicas sobre acontecimientos socioeducativos
5/10
Durante tres años, junto a una compañera, los días sábados recorríamos la zona de Pocitos y Punta Carretas. En esas caminatas buscábamos niñas, niños y adolescentes que estuvieran haciendo actividades en la calle, desde pedir en las puertas de los supermercados, cuidando coches o recreándose fuera de su lugar de pertenencia. El objetivo del proyecto era que los niños y adolescentes construyeran alternativas sostenibles de actividades que disminuyeran el tiempo de permanencia en calle. En conjunto con la familia se trabajaba en el área de salud, documentación y educación. Pero también, en esos recorridos, con mi compañera, establecimos una amistad que perdura. Durante el trabajo se comparten apreciaciones sobre la vida, los problemas cotidianos, comentarios sobre las lecturas literarias que se hacían, recuerdo que estaban muy presentes Mario Levrero y Juan Carlos Onetti. A su vez, dentro de la política social, se encuentra solapada la necesidad de la gente de esos barrios con mayor poder adquisitivo de no ver la fauna urbana de pedigüeños y niños en situación de pobreza. Eso no se dice a viva voz, sino que está implícito en la idiosincrasia de la clase media alta que habita ese lugar.
En abril de 2013, en una de esas caminatas contactamos a Ismael, que por ese entonces tenía 15 años. Estaba vendiendo medias y distintos artículos casa por casa. Sus padres también lo hacían y lo hicieron cuando eran menores. Era una actividad que se pasaba de generación en generación, como Ismael era adolescente, ya se manejaba solo. Lisandro y Romina, sus padres, estaban recorriendo otro entramado de la zona con sus hijos menores: Ezequiel, Santino y Nicolás. Cada sábado nos cruzábamos con el núcleo familiar y conversábamos un poco. Se mostraban amables y los niños se interesaban en nuestra propuesta de actividades. La idea siempre fue establecer un vínculo de confianza y poder ayudar a la familia en lo que necesitara.
Luego, por una larga temporada, dejamos de verlos, hasta que en mayo de 2015 reaparecieron. Se habían mudado a Buenos Aires a la casa de un familiar. Durante ese tiempo mantuvimos el recorrido matutino de los sábados. Siempre nos encontrábamos con niños, niñas y adolescentes y sus familias haciendo actividades de calle. Desde distintos barrios de Montevideo llegaban a Pocitos y Punta Carretas para desplegar una serie de estrategias que le dieran sustento o diversión.
Al pensar en la historia de Ismael y su familia se me figura una trayectoria lineal en un mapa que puedo ver desde arriba, donde aparece como línea Montevideo, Maldonado y Buenos Aires. Lo despliego en la mesa y observo distintes los puntos donde se fueron trasladando en el tiempo. También establezco los recorridos que realizamos nosotros en la calle, en un dibujo irregular por Montevideo. Los traslados se vuelven pequeños datos que aportan a una espacialidad que sustentan las trayectorias de vida, dan una información que solo se puede analizar con el transcurrir del tiempo. El movimiento de un segmento a otro habla por sí solo dentro de una dinámica que escapa a la comprensión durante la intervención, pero que hace mella al momento de contar esta crónica.
Dificultades
En un comienzo de la intervención surgió la demanda de apoyar la mudanza de la familia, de la zona de la Unidad Casavalle hacia el Cerro, ya que fueron beneficiarios de un subsidio de alquiler por el Ministerio de Vivienda. Se asesoró y gestionó el pedido de pases para una escuela en la zona. También se propusieron actividades recreativas para los niños. En un comienzo, la familia accedió a trabajar en conjunto, aunque las estrategias planteadas en recreación y educación se vieron obstruidas debido al trabajo sistemático que desarrollaban los niños en calle junto a su familia. Lisandro, jefe nato de la familia, era quien disponía de las autorizaciones, todo pasaba por él. Con un fuerte carácter investido dentro de una lógica evangélica, Lisandro mandaba bajo su techo, pese a sus graves problemas de salud.
El oficio de educador de calle responde a orientar y acompañar procesos de inclusión y participación de las infancias y adolescencias en diversos ámbitos de la vida cotidiana, fomentando la motivación, el interés y sostenimiento en actividades. A su vez, también facilita la comunicación para generar vínculos más sólidos entre las instituciones que rodean esas infancias y adolescencias. Eso queda claro en la teoría, pero en la realidad nos encontramos con distintas dificultades y resistencias, tanto familiares como institucionales. En este caso, Lisandro se oponía de manera solapada a que sus hijos realizaran actividades que obstruyeran la entrada de dinero que obtenían los niños por su trabajo. Si bien era un emprendimiento familiar, estábamos ante un claro caso de trabajo infantil. En otro aspecto, que no fue este caso, a veces las dificultades se ven cuando no se consiguen cupos en diferentes actividades de interés de los niños.
Recién en el inicio del año lectivo de 2016, y por insistencia conjunta con la escuela, se logró una regularidad semanal junto con el apoyo educativo por parte del proyecto. Pero al querer ofrecer más actividades en otros días y horarios aparecieron las resistencias, no logrando ningún tipo de inscripción en plaza de deporte ni actividades de interés de los niños. El trabajo de venta ambulante casa por casa era realizado por el núcleo familiar en general y era difícil poder establecer otras dinámicas a un entramado que comenzaba a mostrar las resistencias de la intervención.
Aunque en un comienzo lo hacían principalmente los padres, en los últimos tiempos, debido a los problemas de salud de los adultos referentes, era realizada por los niños. Lisandro era enfermo renal y se realizaba diálisis tres veces por semana, además era diabético. Se movilizaba en silla de ruedas. Romina, madre de los niños, sufría de una depresión profunda, que en muchas ocasiones le impedía enfrentarse a la personalidad avasallante de su esposo, quien tenía un dominio sobre toda la situación familiar. Romina tenía otra apertura a nuestro trabajo, conversaba con nosotros y se mostraba con disponibilidad a conseguir actividades para su hijos, pero Lisandro se oponía de manera reservada. Si bien en su discurso accedía, después en la lógica cotidiana los niños estaban en la calle vendiendo casa por casa.
En el desarrollo del trabajo fueron beneficiarios de ayudas económicas por parte de I.N.A.U. para la compra de cuchetas y ropa de cama. En la línea de salud, se gestionaron horas para la atención en salud bucal y se acompañó por pedido de la familia a Romina a la puerta de emergencia del Vilardebó.
En el transcurso de 2016 se logró sistematizar un espacio de apoyo escolar para Ezequiel, Santino y Nicolás. Con respecto a Ismael, que ya tenía 17 años, lo inscribimos en C.E.C.A.P., pero no logró sostener la propuesta por su trabajo diario.
En junio de 2016 Romina nos manifestó ser víctima de violencia doméstica por parte de Lisandro. La asesoramos para que fuera a Comuna Mujer para recibir información y sugerencias. Se encontraba angustiada y sin saber qué hacer. La acompañamos a realizar la denuncia a la Comisaría de la Mujer y posteriormente a la emergencia de Vilardebó para su atención en salud mental. Ella nos decía que ya había vivido esta situación años anteriores y que fue atendida en el Servicio de Violencia Doméstica de Ciudad del Plata, donde una hermana la acompañó. En un informe enviado por este dispositivo dice: “La Sra. ingresa a nuestro servicio en el mes de agosto del año 2013, como consecuencia de la violencia doméstica sufrida y habiendo “huido” de su casa en Maldonado dado que su vida corría riesgo. En ese momento, se presenta acompañada por su hermana, se muestra muy angustiada al punto que le cuesta expresar lo sucedido, no recordando datos de sí misma ni de su núcleo familiar. Relata haber escapado de su casa, apoyada por una de sus hijas mayores y que sus hijos quedaron en Maldonado a cargo de su esposo. Manifiesta que el Sr. maltrata a sus hijos, los obliga a vender en la vía pública siendo esta su preocupación principal”.
Aquí aparece otro espacio donde la familia se trasladaba cada vez que la situación o algún equipo técnico comenzaba a intervenir. Giraban de Montevideo a Buenos Aires y también a Maldonado. En cada uno de estos lugares los recibían hijos mayores del padre.
Lisandro tenía largos períodos de internación debido a su enfermedad, pero no se cuidaba en lo absoluto. Requería muchos cuidados y atenciones que los realizaba Romina en conjunto con sus hijos. Los niños relataban que Lisandro se compraba botellas de coca cola que tomaba de manera escondida.
Pese a la vulnerabilidad en salud, era una persona con personalidad dominante, con predominio en el manejo y uso de dinero de toda la familia. Tenía una denuncia realizada por una de sus hijas mayores cuando vivían en Maldonado. Romina, quien ha manifestado sufrir de violencia doméstica desde hace más de 20 años, tenía varios cuadros de trastornos en salud mental. Tras la denuncia se retira de su hogar pernoctando en casa de amigas, familiares. Pero vuelve al domicilio con Lisandro.
En una visita familiar, quedamos con Romina de encontrarnos fuera del domicilio. Lloraba mientras caminábamos por la rambla de la playa de Cerro para poder hablar con más tranquilidad. Muchas veces como educadores nos vemos ante estas situaciones en las que no se puede hacer más que escuchar, porque si se realizan acciones concretas no hay de donde sostenerse. Por ejemplo, tras la denuncia hecha por Romina, ella quedó literalmente en la calle. Se tuvo que ir de su casa, esperando que alguna amiga la alojara o ir a una pensión. Pero ¿cómo se sostiene eso? ¿Cómo desarrollar un proyecto de vida sin un sostén emocional claro? Todo esto sumado a la fragilidad de Romina en su tratamiento en salud mental.
Era un círculo, toda la intervención adquiría una forma circular. No solo por la situación de violencia doméstica, sino que cada vez que distintos proyectos estaban trabajando con los niños, Lisandro decidía mudarse, alternando entre Montevideo, Maldonado y Argentina.
Redes
Establecido el núcleo familiar en Montevideo, aparece un hijo de Lisandro, quien, junto a su esposa, tomaron el cuidado del padre y de los niños, mudándose al domicilio con su familia. Por un tiempo manifestaban querer hacerse cargo de sus hermanos, siendo que ni Lisandro ni Romina estaban con las facultades físicas y emocionales para la tarea. Por esta razón se recomendó poder facilitar un apoyo económico para el cuidado de los niños. Se inicia un trámite de Familia Extensa, pero los tiempos burocráticos son más vale laxos. La dinámica de la familia requería de otra impronta.
Por un tiempo se logra cierta estabilidad, los niños comienzan a asistir de manera paulatina a un club de niños y retoman con regularidad la escuela. Se hace hincapié en que los niños dejen de trabajar de forma sistemática en la venta ambulante.
Recordamos, junto con mi dupla de trabajo, una tarde que fuimos a la casa de la familia con la psicóloga del club de niños para efectivizar la inscripción, la furia contenida de Lisandro en sus ojos ciegos, sentado en la silla de ruedas. Los niños estaban con la contradicción de querer participar de la actividad, pero se le anteponía el juicio de su padre, que claramente ejercía una presión desmedida.
En paralelo se producían las audiencias judiciales sobre el caso de violencia doméstica sin tener mucho efecto, debido a que Romina estaba conviviendo con Lisandro y sus hijos. La intención no es demonizar a un sujeto en particular, pero sí mostrar cómo el ejercicio del patriarcado afecta las relaciones humanas, tanto de los adultos como de las infancias.
Una mañana recibimos un llamado de la escuela de los niños, nos comunicaban que la familia se iba a vivir a Buenos Aires. Ese día tenían audiencia en el Juzgado de Familia Especializada. Lisandro, con una causa judicial abierta, decide mudarse a Argentina, arrastrando a todo el núcleo familiar. Una vez más, cuando la situación lo apretaba, levantaba campamento y huía.
Nuevamente estábamos en la parte del círculo donde perdíamos contacto con los niños. Ismael, que para ese entonces ya tenía 18 años, se quedó en Montevideo en la casa de una novia y lo continuamos viendo en la venta de medias casa por casa.
Lo que se nos escapa
El tiempo fue pasando. Por distintas voces nos enteramos de que los niños estaban de vuelta por el centro de Montevideo, caminaban con su padre que estaba en una silla de ruedas, realizando la misma actividad de venta. Romina no los acompañaba.
Dentro de la circularidad, como un reloj, el tiempo pasa. Las infancias crecen y van adoptando los mandatos familiares del mundo adulto. Hay situaciones que son complejas y otorgan muchas resistencias. En el camino también vamos perdiendo el tiempo vital, el tiempo que importa, para que un niño se forme dentro de algunos parámetros que le signifiquen crecimiento, juego y esparcimiento. Pero muchas veces es difícil entrar a intervenir en una circularidad sólida, con normas claras e impuestas por el mundo adulto. ¿Cómo tejer un lazo comunicativo y significativo para unos niños que deseaban un espacio diferente al que les imponía su padre? ¿Cómo hacer para que eso se concrete? El sufrimiento está en ellos, nosotros acompañamos, ofrecemos un puente para cruzar al otro lado de la puerta, para ponernos a jugar dentro de un rol como operadores sociales que produzca una trayectoria distinta a la que tienen destinada por varios factores socioemocionales.
Una tarde de abril de 2019, en la oficina del proyecto, apareció una hermana mayor de los niños para contarnos que su madre Romina se había suicidado. Solo venía a comunicarnos eso y que el padre seguía con los gurises vendiendo casa por casa. Pienso en lo que se nos escapa. Por más que se establezcan redes es imposible sostener lo inevitable, la fragilidad de la vida humana. Esa tensión de la red, por más que se crea con la perfección de una telaraña, tiende a ser endeble. Sobrevivirá a la intemperie del viento y la lluvia, pero al primer manotazo caerá y, junto con ello, todo lo que estaba sosteniendo.
Pero no quiero dejarme ganar por el pesimismo. Solo mostrar que en la tarea educativa nos vamos a topar con estos hitos, que nos ponen a ver la vida desde una óptica traslúcida, como si el vidrio solo permitiera ver las sombras al otro lado y cómo, difusas, las situaciones se nos escapan. No tenemos el poder, pero sí el oficio de seguir construyendo espacios de escucha, donde la palabra tome presencia en el entramado socioeducativo. Nuestro oficio, como lo escuché en varias exposiciones de la Dra. Carmén Rodríguez, es volvernos presencia. Eso significa estar predispuesto, listo para accionar y acompañar, aún cuando el panorama y los escenarios se vuelvan hostiles.
Me llevo estas ideas a caminar por las calles de Pocitos y Punta Carretas, vuelvo a realizar el recorrido, ahora con una mirada ajena, una mirada de extrañamiento, que me permita tomar distancia de lo vivido. Observo, mientras camino, el entramado urbano en el que nos encontramos, en la escasez de políticas sociales significativas, que den una respuesta clara que logre quebrar con años y años de negligencia por parte del Estado, y que sostenga un mundo adulto que pueda realmente cuidar las infancias que crecen a la intemperie.
Leyendo tu relato puedo ver lo complejo que es acompañar en esa situasión a los menores y todo el drama que un padre puede generar en esas vidas.Comovida por tu labor y ver como un estado se ausenta de esas familias.
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