Miradas



TODO ESTO QUE ESTÁ EN NOSOTROS 

Crónicas sobre acontecimientos socioeducativos

2/10



        Desde la Terminal del Cerro bajo al Paso Molino en un ómnibus. Miro por la ventanilla el andar de la gente, su manera de caminar, de fondo se condensa la calle y la feria característica de los sábados. Observo a un señor mayor que empuja un carrito de supermercado y que luego se detiene en la plaza Lafone, en La Teja. A medida que el ómnibus avanza, lo pierdo de vista. Un vendedor ambulante se sube al transporte ofreciendo curitas a voluntad. Va dejando asiento por asiento mientras explica su situación familiar, sus hijos por mantener y cómo cualquier ayudita viene bien. Le ofrezco una moneda y me quedo con un par de curitas para mis hijas que siempre les gusta jugar con ellas. Como un diario, anoto en un cuaderno lo que veo, para tener un registro sobre lo que se observa día a día. En el último tiempo aumentó de manera exponencial el número de personas en situación de calle, gente revisando la basura, los niños corriendo desbandados con sus túnicas sucias.  

        Me bajo del ómnibus en Agraciada y Zufriategui. Los adolescentes salen del liceo y caminan hasta la parada, juegan con el celular mientras se ríen y se codean. Aguzo la mirada, y en el fondo observo cómo una persona se introduce dentro de una volqueta. Como un vómito comienza a tirar cosas para afuera. Espero hasta que salga, como si me fuera a aportar una información nueva. Me detengo en el pensamiento para recordar mis comienzos como educador de calle en el 2012. Tantas caras han pasado, tantos gurises son los que fueron creciendo con sus ausencias en la mirada. Con cierta persistencia aparece Milagros en el imaginario. Le mando un mensaje a la que fue mi dupla de trabajo en esa intervención para recordarla, me dice que hace más de un año que no habla con ella, que tiene dos botijas pequeños.  

Milagros siempre fue eléctrica y con mucha verborragia. Llegaba a las actividades acelerada y sonriente, contando lo que había hecho o dejado de hacer. El proyecto había tomado contacto con ella en enero del 2012 en la zona de Pocitos, con sus hermanos menores y primos haciendo tareas de mendicidad en los semáforos. En esa época se realizaban actividades lúdicas en el dispositivo de calle para comenzar a formar un vínculo de acercamiento y luego poder visitar su casa. Milagros vivía con su madre y hermanos en un terreno que compartía con su tía y primos. También con ella estaba su padrastro, padre de sus hermanas menores.  

Ella siempre se manejaba sola o con sus primas, que eran menos receptivas a nuestra propuesta. Su vida estaba llena de ausencias, su madre no la acompañaba a las actividades y pocas veces sabía dónde se encontraba esa niña que se fue convirtiendo en adolescente. Fuimos testigos de ese cambio, de la finalización de su ciclo en primaria, de ciertos sucesos que opacaron su crecimiento, pero de un acompañamiento cuerpo a cuerpo con mi dupla de trabajo, casi como si fuera una hija. Milagros se sabía nuestros teléfonos de memoria. Nosotros habíamos aprendido, junto a ella, su número de cédula. 


Cambios


Durante el primer momento se logró que Milagros no concurriera a calle y pudiera mantener una continuidad educativa y realizar otras propuestas que brindaba el proyecto a contraturno de la escuela, como piscina y educación física. Eso sucedió al inicio de la intervención y fue un logro significativo para Milagros que comenzaba a circular por la ciudad casi de manera autónoma. 

En diciembre de 2012 concluyó el ciclo escolar promoviendo a educación media. Durante ese año un obstáculo que tuvimos que sortear eran las continuas mudanzas de su madre. Lo que nos hacía perder el rastro de Milagros, porque en la casa no tenían celular para contactarse. Si ella no iba a las actividades no teníamos forma de saber dónde se encontraba. Desde un comienzo observamos la escasa presencia de referentes adultos para el trabajo familiar en conjunto. Su madre nunca tuvo en cuenta nuestra intervención. Más bien, trataba de esquivarlos cada vez que la íbamos a visitar. Por esto, fue que adoptamos la modalidad de trabajo mano a mano con la adolescente, recurriendo a la madre en casos específicos. Milagros se volvía la figura dentro de un fondo que contrastaba de manera abrupta con su personalidad. La impronta de ella tomaba foco en un plano de dejadez por parte del mundo adulto.  

En varias oportunidades sucedía esto con adolescentes que crecían solos. Milagros no era la excepción. Sino que, como virtud tenía un gran manejo de los ómnibus, sabía cuál tomar y dónde bajarse, a lo sumo se le explicaba o se le daba anotado en un papel y ella llegaba a las actividades desde la zona norte de Montevideo hasta el Paso Molino. También sabía cómo llegar al centro. Era de destacar esta capacidad que tenía Milagros, porque muchas personas adultas no poseen el poder de manejarse por la ciudad con soltura. 

Como mencioné, Milagros era una adolescente eléctrica, verborrágica y alegre. Pero había momentos en que “se le saltaba la térmica” y repartía gritos para todos lados. Nosotros nos acostumbramos a su forma de ser ansiosa, las palabras que no paraban de salir de su boca, su cuerpo que nunca estaba quieto. Pero eso no impedía su participación comprometida en las actividades. Nunca faltaba y se mostraba predispuesta a lo que le ofrecíamos. Mientras en paralelo actualizamos controles médicos y otras atenciones, como odontología y oftalmología.

Tras terminar su educación primaria, con cierto rezago, indagamos en su deseo educativo y buscamos la manera de integrarla a una propuesta gastronómica en Talleres de I.N.A.U. Al mismo tiempo, comenzó a asistir a un centro juvenil en su barrio. Su predisposición a las distintas propuestas fomentaba que la intervención fuera fluida. Solo había que acompañarla en una primera instancia y luego ella iba sola. Esta era otra capacidad positiva de la adolescente, siendo que en muchas otras intervenciones las acciones se estancan, no solo por las dificultades socioemocionales que transitan las vidas dañadas en la adolescencia sino también por la falta de deseo de realizar actividades. La calle lo ofrece todo y las reglas están puestas desde un universo que se maneja de manera caótica. Entonces es difícil competir en un espacio donde las normas no están para generar un marco que sea continente. Todo lo contrario, el espacio de juego de la calle siempre va en aumento y sin horarios fijados. Ofreciendo un atractivo digno de los relatos y novelas de Roberto Arlt. 

La intervención con Milagros venía siendo un éxito, con una respuesta acorde de la adolescente en cada una de las actividades. Pero la fragilidad de las vidas dañadas se encuentra a la orden del día. En agosto de 2013, cuando se la esperaba para una consulta oftalmológica, nos comunicamos con la madre que nos planteaba que iba rumbo al Hospital Pereyra Rossell porque Milagros había sido víctima de una situación de violencia sexual. En la policlínica del barrio la derivaron al hospital. Desde el proyecto se acompañó a la familia y la adolescente. En la puerta de emergencia de ginecología del Hospital Pereyra Rossell se definió que debía quedar internada para realizar los diagnósticos al día siguiente.  

Nunca voy a olvidar esa tarde, ella tampoco. Milagros corre a nuestro encuentro en el patio del Hospital Pereyra Rossell. Nos abraza. Primero a mi dupla de trabajo, después a mí. Llora desconsolada. El sol de agosto ya se hacía sentir a nuestras espaldas. Ese día habíamos realizado una torta para festejar sus quince años en la actividad de piscina después de llevarla al control oftalmológico. Pero la adolescente, esa mañana le dijo a su madre sobre una situación que estaba sufriendo en el barrio por parte de un vecino. Fueron a la policlínica del barrio y la derivaron al Pereira Rossell. Milagros estaba destrozada, pero con un peso menos al poder confesar, entre el temor y el miedo por las represalias que podría sufrir, sobre lo que le estaba sucediendo. Este vecino, del cual nunca supimos el nombre, fue denunciado en la comisaría por la madre de Milagros. Pasó un tiempo, hasta que nos enteramos de que en el barrio a ese vecino le prendieron fuego la casa, como reza la frase: la venganza se sirve en plato frío. Es importante tener en cuenta que muchos códigos barriales se nos escapan y que nuestras opiniones sobre esos sucesos son solo moralizantes. El objetivo de nuestro trabajo está en el acompañamiento de la vida de estos adolescentes que sufren, no solo las negligencias familiares de ausencias y abandonos, sino también el universo de entramados que se generan en la comunidad, donde la protección no está a la orden del día.   

Pero volviendo a Milagros. Ese fue un quiebre en la intervención que se venía realizando con la adolescente. Estuvo un mes internada esperando que una forense fuera a constatar la agresión. En un primer momento fue un forense pero la adolescente se negó a ser vista por un hombre. Milagros no se podía ir del hospital por orden judicial y siempre debía estar acompañada por cuidadoras o por su madre.  

Ella tenía claro que no quería volver a su barrio. A su vez nos cuenta que este vecino la tenía bajo amenazas y que el agresor conocía su rutina diaria. Nos pidió que le buscáramos un hogar para ir. En paralelo, también comenzamos a buscar atención psicológica en un programa especializado en este tipo de violencias, que pudiera abordar junto con la familia la problemática, al que Milagros comenzó a asistir pasado unos meses. 

Cada tarde llegábamos al hospital a verla y a compartir tiempo con ella. Para nosotros era muy importante mantener el vínculo en ese momento clave de su vida, donde se jugaban muchos aspectos que terminarían de formar su personalidad en el futuro. Recuerdo una tarde que estábamos en el patio del hospital jugando a las cartas y ella sonreía con el juego porque quería hacer trampa pero no le salía. Creo que nunca se va a olvidar de ese momento, que esa situación la va a acompañar durante un largo periodo.  


Un nuevo hogar

Milagros tenía contradicciones con respecto al hogar donde iría a vivir. Si bien no estaba reticente, como puede haber sucedido en otras intervenciones, mostraba su angustia, a veces con enojos, otras con llanto. Pero no había muchas opciones, por disposición judicial, Milagros ingresó a un hogar de protección en el barrio Sayago. Su madre, en ese momento tomó otra postura y la acompañaba en el trayecto de quedarse en el hogar, recuerdo que también su padrastro se hizo presente en varias oportunidades. 

En ese nuevo escenario fuimos coordinando con el hogar para que ella mantuviera las actividades que venía realizando. Si hay algo que es estructurante en la vida de cualquier persona son las rutinas. Ordenan el pensamiento y la acción. Nos lleva a movernos por el mundo con otra solvencia, nos permite proyectarnos sobre lo que haremos. Nos da un marco. Y en la vida de Milagros, y de cualquier adolescente, se vuelve fundamental mantener las actividades con cierta regularidad.  

Entonces se formó un gran equipo en torno a Milagros, para que pudiera sostener su rutina tal como lo venía haciendo antes de que sucediera el hecho violento. Continuó asistiendo al centro juvenil y a la propuesta de gastronomía. También iba a las actividades semanales de piscina y educación física de nuestro proyecto, al tiempo que se adaptaba a los cambios de vivir en un nuevo hogar junto a otras adolescentes.   

Milagros podía permanecer allí hasta los dieciocho años con posibilidad de prórroga hasta los 21 años. Durante un periodo de tres meses continuamos con las visitas en su nuevo lugar para ver a la adolescente y cómo iba evolucionando en la convivencia. Desde el hogar nos devolvían que ella iba adaptando a las pautas de convivencia dentro del centro y que asistía a las distintas propuestas recreativas que venía realizando antes de que sucedieran los hechos que la llevaron a vivir en el hogar. Estaba fortalecida y estable, de mejor carácter y recuperada en el crecimiento y desarrollo físico. En nuestra percepción se la veía más relajada, con otras pausas en las palabras, con otro ritmo corporal.

Sin embargo, —y los poníamos en los informes judiciales que realizamos en conjunto con el hogar— para el bienestar de la adolescente era necesario saber qué había sucedido con el sujeto agresor que derivó en esta situación. Porque, más allá de este cambio, ella también deseaba fortalecerse para retornar a su núcleo familiar. Ningún adolescente, por más que las comodidades materiales sean significativamente más confortables, desea estar en un hogar de protección. Lo que ella pudo saber y observar era que el sujeto agresor se encontraba en el barrio y que desconocía si tuvo algún tipo de procesamiento por los hechos realizados. El comentario, atinado, de Milagros era que “él anda libre en el barrio, y la que estoy encerrada soy yo”.

En abril de 2014 cerramos el proceso de trabajo con Milagros, ya que estaba establecida en el hogar, con nuevos vínculos y rutinas.  


Cierre

Pese a todos los hechos desagradables que le sucedieron se pudo concretar con un cierto grado de pertinencia la búsqueda de una nueva posición para Milagros. Si bien, al comienzo no estaba conforme y prefería volver con la familia, la disposición judicial hacía que tuviera que quedarse en el hogar. En ese momento lo consideramos lo mejor para ella.

Pasaron unos dos años y tuvimos que volver al mismo hogar por otra situación de una familia en la que iban a convivir tres adolescentes. Milagros, ya establecida, les mostró el lugar y les contó sobre cómo era la vida en ese lugar. Ella misma pudo empatizar de manera directa dentro de una situación —que será relatada en la siguiente crónica— para que estas adolescentes puedan conocer de primera mano lo que era vivir en un hogar de protección.

Actualmente Milagros formó su familia y se sigue comunicando con la que fue mi compañera de dupla en el trayecto que acompañamos. Tiene dos hijos y está separada. Recuerdo que cuando fue madre la visitamos en el Pereira Rossell, en el mismo sitio donde años anteriores tuvimos que estar por aquella situación de violencia que había vivido. Los lugares están cargados de significación. Es interesante ver cómo las situaciones toman su rumbo, cómo el tiempo va dejando en nosotros retazos de figuras en el imaginario y se van desenvolviendo en el fondo de una ciudad que crece a ritmo vertiginoso.

Salgo del hospital, camino como una condición ineludible de irme haciendo en las calles, en la observación de lo que sucede mientras nuevas vidas llegan para ser atendidas. La observación es una de las principales herramientas para desarrollar el trabajo como educadores/as de calle. Siempre hay que mirar más allá de las palabras dichas, siempre hay que leer el subtexto, como en el teatro, pero en este caso se trata de vidas dañadas. Se entrena. La observación es la capacidad que tenemos para identificar problemas y exponerlos. Hacerlos visibles. El silencio es el síntoma que antecede a lo oculto, que está en el fondo de las figuras que emergen para decir aquello que no se ve a simple vista, pero la cuestión está en saber aguzar la mirada y llegar a palparlo con determinación.






 

Comentarios

  1. Una vida dañada como dice el texto.Y cuantas mas Milagros abran en las calles de Montevideo tal vez sin acompañamiento.Dura realidad que cada vez se va aumentando.

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