Proyecciones

 



David está contento, con cierta calma que acompaña la noche. Esta semana tuvo una  reunión importante. David está ansioso, sabe que en un mediano plazo publicará su segundo libro. Sujeta las manos en su cara y bosteza con cierto cansancio. Gira sobre su eje y deambula por la casa. Sabe que tiene que sentarse a escribir, pero hay días en los que no sale nada. Entonces espera, relee algunos archivos perdidos en las nubes intentando capturar alguna imagen perdida. Busca tener paciencia, confiar y creer en lo que hace, aunque otras tantas se encuentra con los impostores del pensamiento que no lo dejan crear.

Respira, respira, lo realiza con conciencia, para serenar el nerviosismo del día. Le gustaría dormir mucho más en las mañanas, pero las obligaciones de las niñas y de la casa lo despierta con el sueño atrasado. Hay días que anda a lo tumbos, con el mate lavado y unos cuantos cigarros de más. Pero se ajusta a la simetría de las cosas a mitad de mañana, cuando sin pensar hace las tareas del hogar. Luego, si le place sale a caminar, aunque tiende a cierto sedentarismo.

Cuando está de humor se proyecta con ahínco. Se pregunta dónde quiere llegar. Quizás es una pregunta que cada tanto tiempo sea bueno hacerla, pero no siempre. Hay que estar preparado para poder escuchar las voces que provienen de dentro, las voces que provienen del tiempo. Voces que retumban entre las paredes del cráneo y que lo llevan a proyectarse en las próximas acciones.    

Mira con cierto resquemor el cadáver de una araña muerta sobre la pared. A veces siente que una bola de ansiedad lo desborda, pero vuelve a su eje con la respiración. Evalúa su trayecto, sus cambios y sus vicios. Hace más de dos años que se encuentra limpio, hace más de dos años que la vida lo llevó, a la fuerza, a quebrar con una rutina de consumo que lo despojaba de su conciencia, de sus decisiones. Algo de eso trata su nuevo libro, mezclado con la historia de la casa en la que vive, donde me tiene escribiendo con poca luz, entre el humo que circula por el patio con pasos lentos y pensativos.  

Cada vez que pasa por la esquina de Bv. Batlle y Ordoñez y Sayago observa el mural con el sapo acostado fumando en tranquilidad. Mira como parte de su vida se va moviendo, entre el tráfico, solo dejando testimonio a través de las letras. Al final, es lo único que ha hecho con persistencia. Eso lo reconforta. Le devuelve esa capacidad de poder mirarse fuera de su cuerpo, de tomar distancia para comprobar que la sabiduría de la vida se espeja dejando espacio entre las cosas cotidianas y que el griterío de las nenas entre su juego es síntoma de que ha realizado este trayecto con amor. Sus errores son zanjados, sus equivocaciones son el germen de los nuevos frutos que salen transformados en palabras. Próximamente vienen novedades.   


Jorge Saeta

   

  



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