El silencio de las palabras
Hace menos de dos semanas que aterrizamos en Montevideo. Un calor intenso nos recibió en la resaca de un verano que se tiñe de otoño. Aún quedan en el cuerpo los momentos vividos en Birmingham, la extrañeza de encontrarse de nuevo en el hábitat que nos pertenece. Las nenas volvieron a la escuela y están bajando los niveles de ansiedad del viaje, los reencuentros con sus amigas. Mi pareja volvió al trabajo y también, con su intensidad, se va encontrarnos con sus actividades.
Este cronista, que se encuentra desempleado, está en la búsqueda de ingresos, navega por las redes y los buscadores tratando de encontrar alguna actividad laboral. No es fácil, la mano está complicada, pero entre la esperanza y la frustración, se vive con cierto optimismo. Algo va a salir, lo que tenga que ser, será.
Mientras tanto me ocupo de la casa y de algunos cambios. Esta semana estuve despintando puertas y marcos que la semana próxima serán pintados. Me anoto actividades para hacer, quiero estar activo. A su vez, fui a la Facultad de Humanidades donde comencé a cursar algunas materias de Letras para la maestría. También estoy corrigiendo un libro, para un concurso de crónicas que voy a presentarme.
Volví a encontrarme con mi espacio, con la foto de Charly y Luis mirándome mientras escribo, con mis libros y el silencio de las palabra en la noche. Poco a poco me voy hallando de nuevo en este lugar, entremedio del ruido de la calle.
Montevideo es el sitio que elijo para crecer y que mis hijas también lo hagan. Pero, después de estar por un temporada fuera de aquí, no descarto poder pasar algún tiempo en otro espacio. Es una sensación extraña, como si en Birmingham me hubiesen crecido raíces y siento que tiran. Me pasa lo mismo con Córdoba cada vez que me encuentro con una foto de la ciudad.
A cualquier sitio que vaya quiero escribir. Esa fue la enseñanza del viaje, la consolidación de un estado latente de escritura que me permita comunicar, que me permita denunciar, que haga desarrollarme y establecer conexiones con otros estados temporales y espaciales. Me armo un tabaquito, salgo a fumar a la azotea y miro el tráfico de Bv. Batlle y Ordoñez como si me fuera a decir algo. Vuelvo a entrar y me siento con las palabras. En eso ando en las noches, cuando todo se apaga se enciende el momento de crear.
Me encuentro en silencio, un perro olisquea y se rasca en el comedor. Las nenas duermen y asientan la ansiedad del día. Intento concentrarme, me tomo mi tiempo antes de que el sueño me gane la partida. Me proyecto, también entre la esperanza y la frustración, un camino que se asemeje a estar en consonancia conmigo. No siempre me sale, pero en la noche lo intento. En el día escribo ideas. Luego estiro sobre mi cuerpo y dibujo en mi piel el silencio de las palabras.
Jorge Saeta
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