La eterna
En la plaza las niñas juegan y se divierten con autonomía. Me permite escribir esta crónica y pasarles el racconto de estos días soleados en La eterna. Así es, estuvimos en Roma. Otro sitio cargado de una historia profunda.
El primer día fue muy emotivo. Nos encontramos con Antonio, un tano querido que conocimos en Montevideo. Juntos recordamos la última vez que nos vimos 8 años atrás. Una noche en Porto a la salida de un bar. Él se alejaba cargado de sus vivencias volviendo a vivir a su tierra. Ahora estaba con su hija, nosotros con las nuestras. Recorrimos el Coliseo y el Foro romano por parte de afuera. La verdad que son unas monstruosidades gigantescas. La entrada estaba abarrotada de gente. El Coliseo fue construido en el año 80 d.C. y de ahí proviene la famosa frase “Pan y circo”.
Haciendo un par de cuadras se llega a la Fontana de Trevi. Muy famosa por la película de Fellini “La dolce vita”. Es una majestuosidad sorprendente, con esculturas de dioses romanos, como se puede apreciar en la foto. Las nenas tiraron una moneda a la fuente, que en la noche son juntadas y donadas. Por la noche la iluminan, pero no lo llegamos a ver. Debe ser realmente muy bello.
Al otro día, con la facilidad del metro llegamos hasta la Ciudad del Vaticano. En la Basílica de San Pedro está “La piedad” de Miguel Ángel. A ésta se podía acceder de forma gratuita pero había una cola de un kilómetro. La Plaza de San Pedro, donde se congrega mucha gente, es realmente gigante. Me hizo acordar a la Plaza Mayor de Madrid por sus dimensiones.
A la vuelta, en el metro vi a un “punga” en acción. Con una gran sutileza se acomodo un abrigo cubriendo su brazo para estirarlo hasta el bolsillo de la campera de una persona mayor, que reaccionó al tirón pero no se dio cuenta. No identifiqué si le robo porque después se puso al lado mio. No estaba solo. El botija no llegaba a los 16 años, pero se lo notaba experiente en la materia.
El domingo le propuse a las nenas ir a ver el Museo Leonardo Da Vinci pero ellas preferían recorrer plazas. La verdad que a mi me agrada también estar en expedición lúdica. Alina tiene un imán con los niños pequeños, no solo que la buscan sino que ella se entrega al juego que le proponen. Es algo innato en ella, como también, en este tiempo, se fue entregando a la destreza con el cuerpo. Maia en cada plaza que va juega con tierra o arena. Hace pozos y planta semillas, me pide agua y la riega. Siempre termina embarrada y sucia. Reniego un rato, después me entrego.
Las veo jugar, inventarse, crecer. Entre un par de rayos de sol, que se cuelan por los árboles, comprendo que no importa el lugar, que lo único que necesito es el amor y la palabra.
Jorge Saeta
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