Siempre que uno lee, está con otros

         El año pasado en el marco del Curso de Posgrado “Escrituras: Creatividad Humana y Comunicación” en FLACSO Argentina, realicé este perfil de la escritora cordobesa Eugenia Almeida. Quería compartirlo entre ustedes y acercarles algo de una autora que me viene cautivando con cada uno de sus libros. Aquí, para quien no la conoce, un breve acercamiento...

Quiero agradecer a María Teresa Andruetto y Florencia Ortiz, quienes me supieron compartir sus visiones y experiencias con Eugenia. Y a ella, por supuesto.





“Escribo desde que tengo memoria. Ese ha sido mi refugio, mi sostén, mi espacio de libertad. Lo único que no ha cambiado en un territorio en el que todo cambia”, escribe Eugenia Almeida escritora, poeta y periodista, nacida en Córdoba en 1972, en Inundación, El lenguaje secreto del que estamos hechos, publicado en 2019.

Almeida es Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba. Esta carrera la recorrió gracias a la gratuidad de la educación pública y porque le permitía cursar de noche y trabajar durante el día. Ella no se planificó como escritora. Sin embargo, noche a noche fue escribiendo su ópera prima “El colectivo” hasta que una amiga le acercó las bases de un concurso. Dudó, pero envió la novela para participar. En 2005 ganó el Premio Internacional de Novela Dos Orillas. Fue traducida y publicada en diferentes países europeos, ganando luego distintos premios y reconocimientos con sus nuevas obras.   

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La pequeña Eugenia recorre con su vista la modesta biblioteca de la casa de su infancia. Elige uno entre varios libros. Prefiere los de aventuras y los que cuentan anécdotas. Primero es su madre quién le lee una historieta de Astérix en francés, que le traduce. Esa escena representa para ella el amor por la lectura, por un hacer que es amor por el otro. Luego, desde los cinco años, una avidez la toma y comienza a leer sola. Para cualquier persona que se dedica al oficio de la escritura el secreto se encuentra en aquellos libros que hemos leído en nuestra infancia y adolescencia. 

Pero hay que distinguir entre lo que es la lectura que te hace otro en voz alta cuando todavía no se sabe leer y la lectura propia. Ahí, para ella, hay una franja como de agua, como si fuera un río, una frontera, una línea que no se cruza enseguida sino que hay todo un tramo que se sigue haciendo con el otro, en su caso con la madre. También aparece la figura de su abuela, que cuando iba de visitas le inventaba historias, sin un libro de por medio, sino que lo hacía ahí sobre el pucho, cuenta Eugenia.  

Ella desconfía de la idea de “identidad lectora”, la siente como una jaula. Nos imaginamos a la identidad como algo más sólido de lo que es, que es en realidad algo muy fluido, que está cambiando todo el tiempo. Mastica sus palabras antes de decirlas. Medita sobre lo que entiende como identidad lectora, la siente como una carga muy pesada. “Sí sería el camino que he hecho hasta ahora, sí sería mi convicción de que hay algo muy nodal en mí en relación a la lectura y que eso forma parte de lo que yo soy. Pero supongo que es una identidad que está siempre transformándose y moviéndose sin anclajes. Como también ese entrar en contacto con otros te va transformando, te va cambiando.”

Una dulce calidez acompaña las palabras de Eugenia. Le resulta difícil precisar el momento en que comenzó a escribir, pero hay una anécdota, que le cuenta su madre. Cuando tenía 4 años y se ponía a ordenar su cuarto cantaba canciones inventadas en el momento, de unos amores desgarrados y terribles.  Ella no sabe de dónde sacaba eso, pero a su madre le llamaba la atención y ahora piensa que quizás ahí ya había una escritura aunque no supiera todavía escribir. Recuerda que siempre inventaba historias, y que a veces las ponía en papel y otras veces no. Y comenta “es como algo que hubiera estado ahí, siempre, y en algún momento hubiera brotado como una planta que está ahí, uno la ve, y un día saca un fruto”.  

El poder adquisitivo de la familia estaba muy por debajo de las ambiciones en torno a la lectura que tenía la pequeña Eugenia, entonces su madre la hizo socia de bibliotecas barriales y en su trabajo pedía libros de los hijos de sus compañeras para llevar a la niña. Ella leía de forma frenética. Su madre sentía una especie de orgullo porque ambas compartían el gusto por la lectura, pero a su vez también cierta desesperación de no poder ofrecerle todo lo que ella deseaba.  

La pequeña Eugenia fue creciendo y frecuentaba distintas bibliotecas públicas, barriales, de la escuela y luego de la Universidad, donde se anotó en la carrera de Letras pero solo cursó un año y medio. Sin embargo, continuó inscribiéndose año tras año porque eso le daba la posibilidad de sacar libros de la biblioteca de Filosofía y Humanidades, donde cuenta una anécdota muy graciosa en la que se cruza en el pasillo con una profesora que le dice: 

—Almeida, ¿qué pasa con usted que todos los años está en la lista y nunca aparece?

En su formación como lectora, Eugenia encuentra muchos referentes. Por empezar su madre. Pero también, además de profesores y bibliotecarias, su amiga Florencia, con la cual a las 12 años se intercambian libros en el Instituto San Ana donde asistía a la salida de la dictadura en 1983. Pese a tener la misma edad la considera una de sus referentes. 

En la adolescencia las cosas cambiaron, la enfermedad de su madre y su muerte hicieron que Eugenia estuviera viviendo en distintas casas de amigos donde las bibliotecas se volvieron itinerantes. Recuerda que “fue una época de mi vida muy difícil”. Entonces piensa en las bibliotecas, y acota “quizás las más hermosas”, como forma de constelaciones de sus amigos. No solo era el cobijo de techo y comida sino que la lectura también fue su refugio. Piensa en su amigo Leo donde estuvo varios meses y leyó a Joyce. Dice que fue un gesto que la salvó cuando tenía apenas 15 años. “Una biblioteca de libros no míos, pero como si fueran piedras en el río, donde uno puede ir haciendo pie”. 

Para ella la lectura es un ejercicio solitario, y en otro sentido, no lo es para nada. Nombra a Yolanda Reyes, que dice que “la literatura es una conversación pública también”. Siempre que uno lee, está con otros, con otro tipo de otros, pero con otros al fin. 



 David Sitto


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