Rutinas
Estaba en falta con ustedes, había prometido sacar una crónica por semana pero por distintos motivos no lo he realizado. Estuve escribiendo, estuve en otra sintonía de letras, conectando con lo que fui, con lo que viví en la infancia. Hace varios días que rondan por la memoria aquellos momentos de la niñez y me insumen mucho tiempo, sobre todo porque las imágenes llegan escalonadas y confusas, se desdibujan en una trama que busca el papel. Necesito cierta calma y “espera” para que así suceda. Por eso no escribí en el blog estas semanas, porque estuve escribiendo. ¡Enbuenahora!
Sin embargo, la semana pasada el tiempo dio un vuelco inesperado. Mis hijas comenzaron la escuela y dispongo de varias horas al día para escribir. Me sumerjo sin previo aviso entre imágenes y palabras. Reconstruyo retazos de mi niñez con la esperanza de poder apresar algo de aquello que sucedió. Lo hago con la mayor simpleza que puedo. No tengo nada que ocultar, más vale tengo mucho para mostrar.
Al estar ellas en la escuela se establece una rutina que antes estaba supeditada a las actividades que les pudiera proporcionarles, a los juegos que realizamos y al tiempo en las pantallas. Ahora es otra la rutina.
A la siete y media estamos en pie, aún entre sueños, desayunando y poniendo los uniformes. Luego caminamos unos veinticinco minutos hasta la escuela. Después de dejarlas hago el intento de ordenar mi rutina para hacer algo productivo y no morir, entre mates y cigarros, en la puerta de la casa. Entonces, al dejarlas voy a caminar por los bellos parques que ofrece la ciudad.
Estoy estableciendo mi rutina. Tras el intento de caminar vuelvo corriendo a mi casa a escribir. Se abrió un paréntesis que quiero aprovechar y del cual lo veo como un privilegio que me ha tocado vivir. El mediodía llega rápido. Entre la escritura también limpio la casa, ordeno el despiole de juguetes, mantas y otras hierbas cuando las niñas no están. Me proyecto, corrijo, planifico dos libros para el año que viene. Parece sencillo pero eso me lleva a momentos de meditación, donde debo tomarme el tiempo, que a veces es poco, donde el ocio se vuelve algo creativo.
Mario Levrero hablaba del ocio como una materia prima para escribir. La primera parte de “La novela luminosa” es un diario que muestra con lujo de detalle como el escritor observa la vida, su agorafobia, relata la muerte de una paloma sobre un techo aledaño, entre otras. Es necesario poder tomarse pausas en la tarea, boludear un poco, escuchar música o algún podcast que oriente la reflexión y quiebre con la estupidez del tiempo continuo.
Lamento en esta oportunidad no poder ofrecer una crónica que hable de la ciudad. Solo decirles que en estos días estuve observando los árboles, como los va atravesando el otoño, el cambio de color que oscila en la gama de naranjas, del rojo al amarillo, para depositarse por los senderos en un marrón oscuro.
Jorge Saeta
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