En nuestra pasta

 



Lo que más vamos a extrañar de estos días en Italia es la comida y su gente. Con ese tono tan aporteñado en su forma de hablar nos sentimos como en casa. No puedo obviar las raíces. Toda mi línea paterna proviene de Torino y Pinerolo. Vaya a saber uno todas las vivencias que encierran las vidas del pasado y las decisiones que llevaron a mis bisabuelos a emigrar para Argentina e instalarse en la pampa cordobesa. 

Llegamos a la ciudad de Brindisi. Pasamos de un clima gris y apagado a un sol otoñal con vestigios de verano. Nos recibió Massi, un napolitano que vivió en el Chaco. Nos llevó a orillas del Mar Mediterráneo a tomar una copa y a relajarnos del viaje. 

Mi compañera tenía una agenda apretada de talleres y seminarios, así que mi función era estar con mis hijas recorriendo las ciudades con la paciencia de los pasos de la más pequeña. 

De Brindisi fuimos directamente a Lecce, donde nos alojamos en un Airbnb muy cómodo. Las nenas estaban cansadas, sin embargo fuimos a una casa de campo donde comimos una pasta italiana con una salsa verde hecha con achicoria y zapallitos. 

La primera mañana recorrimos apenas la ciudad pintoresca con mucha historia detrás como lo son las calles de Europa. En la tarde volvimos a la casa de campo que tenía muchas actividades recreativas para las nenas mientras mi compañera daba un taller de teatro. Ahí estuve en la tranquilidad de lo campestre amasando el borrador de un cuento que apareció en la humedad de Inglaterra. Es increíble cuando se devela el relato, en ese misterio que encierra una imagen o una frase. 

Esa noche comimos la famosa pizza italiana. ¡Una verdadera delicia! Con cierta opulencia en el tamaño pero con una masa finita pude terminarla por mis propios medios. La cerveza era de marca Peroni, lo cual me recordó a Perón en un nuevo 17 de octubre.

A la mañana amaneció lloviendo, así que mis planes de seguir recorriendo la ciudad se vieron truncados. Pero estuve con las nenas en el hall de estudio y recreación de la Universidad de Salento. Ellas en su aburrimiento me propusieron un juego que me hizo acordar a la pintura de Escher: “Relatividad”. Había una serie de escaleras que conectaban los pisos, mientras las nenas escapaban de mí y yo las perseguía por todo el edificio.  

Al escampar fuimos a un cementerio aledaño a la universidad, que tenía la entrada como la foto que comparto. Entre gatos y tumbas recorrimos el camposanto lleno de una arquitectura sorprendente. Esa tarde viajamos a Mesagne, un lugar poblado de historias de mafia y delincuencia, con iglesia barrocas y calles de adoquines y pintorescas bombitas de luz entretejidas en las veredas. Un lugareño nos comentó que antes no se podía caminar en la noche debido a los tiroteos y enfrentamientos de bandas mafiosas. Un verdadero tugurio que en la actualidad muestra una belleza de cuento de hadas. 


Jorge Saeta



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