Confluencias


Me enamoré de la Pirucha en jardinera. Siempre me pareció la más linda de la clase. Hicimos toda la primaria juntos. Nunca me animé a confesarle mi amor, hasta sexto año, que fue cuando nos pusimos de novio, pero no me atreví a darle un beso en la boca.  

Muchos años después la volví a ver en el barrio con una panza de embarazo de unos 7 meses, la cara hinchada y la misma petiza estatura. A pesar del paso del tiempo mantenía la hermosura que mi niñez recordaba. Aunque claro, los años habían pasado. La saludo a lo lejos levantando una mano. Me pregunto si sabrá que soy yo. ¿Me reconocerá? 

Dejo la duda flotando y me dispongo a recorrer las calles de tierra del barrio de mi infancia. Después de tantos años hay casas que han cambiado su fachada. Tampoco se encuentran muchos de los baldíos en los que solíamos armar canchas de fútbol. Doblo a la izquierda en una esquina. Busco en mis bolsillos los cigarros que ya no fumo. Agarro unos chicles. Me llevo uno a la boca. Mastico. Mastico y sigo caminando hasta que sin darme cuenta unos niños pasan a mi lado en sus bicicletas, logrando apenas esquivar mi cuerpo. Esa acción me lleva directo a aquellos años de la niñez, donde una pelota gastada rebota en la pared del vecino, a las mañanas frías yendo al almacén a buscar el pan antes de ir a la escuela, a los mandados que realizaba para ganarme una moneda.  

También me acuerdo de Tito Nieto, que tenía un sobrino más grande que él, y le decían el Yeguita. Una noche calurosa, cuando era adolescente el Yeguita quiso robarme a punta de pistola cuando volvía de jugar al fútbol. 

Tito Nieto se criaba solo. Nadie lo acompañaba en la vida. Sus padres habían muerto y lo cuidaba una hermana mayor que también tenía sus hijos chicos. Así que hacía lo que quería y se comportaba mal en clase. En el comedor de la escuela siempre comía apurado y quería sacar ventaja a la hora de obtener una fruta. Cuando la cocinera salía con el cajón de naranjas nos amontonábamos alrededor de ella. A medida que recibimos la fruta nos íbamos. Tito se escondía entre la montonera y estiraba la mano agachado para recibir doble naranja. Mientras lo observaba, veía a la cocinera reírse de la picardía.

Al volver hacia mi casa, desando el camino que recorrí por mi barrio. Me intriga saber si la Pirucha me reconoció. No es que me interese pero me genera curiosidad. Así que decido tomar coraje y acercarme a ella cuando llegue a su casa. La sola idea hace que me suden las manos. Doblo en la esquina. Me falta una cuadra. Cuando estoy llegando al frente de la casa la veo sentada en la vereda con alguien, tomada de la mano. Me cuesta reconocer quién es, pero cuando me arrimo me doy cuenta que está con Tito Nieto.  

Jorge Saeta
 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sobre avances y retrocesos

Escribir la práctica

Reseña literaria "Dos semanas" de Agustín Garín