Volveré / Soliloquio de la pensadera

 


Cuando la ansiedad toma mi cuerpo y no sé a donde escapar, me detengo y quedo estático. Simplemente muevo alguna de mis articulaciones de forma repetida para descomprimir el malestar, pero ya no corro más hacía ningún sitio. A lo sumo tomo alguna de las pastillas convenidas con la psiquiatra para calmar esa bestia que solemos tener dentro.   

La ansiedad sobre todo aparece en la noche. Creo que es un acto reflejo de mi pasado. Ahora que no consumo nada, ahora que logré deshacerme de cada uno de los hábitos autodestructivos en lo que me encontraba, ahora que estoy limpio, sigue apareciendo la ansiedad como un síntoma que me dice qué camino debo tomar. La escucho. Es una parte mía, una constante que suele dominarme. Pero cada día me hago de las herramientas para ser yo quien domine la situación. Es como con la escritura, parece que se tranca la lectura pero algo en tu interior hace que sigas el hilo y vuelvas a detenerte en la percepción de tu vida, sin advertir del todo tu pensamiento. 

Un tío mío me decía, cuando me veía mal, que me agarró “la pensadera”. Creo que todas las personas la conocemos. En momentos más, momentos menos, hemos sido sorprendidos por pensamientos recurrentes y destructivos. Ahora con más calma, me digo que son parte de uno, pienso, cuando me agarra la pensadera. 

Volveré, me dice, justo volveré, me digo, cuando no quiero dejarme ganar por ansiedad. Entonces suelo caminar mientras voy entretejiendo lo que pienso y me aparecen frases de obras literarias o vestigios de un personaje que desearía realizar. Porque justo que volveré, pienso desde acá lo que es allá, y me entra una especie acuosa de nostalgia entre los ojos, como si fuera otro el que mira, otro el que va creciendo y aprendiendo a observar como el río que transito, junto a los de Manrique, que llevan a la mar. Porque justo volveré, y veo todo tan grande y tan pequeño a la vez, que las palabras no me alcanzan, los gestos se me quiebran, me hundo en frases armadas para contemplar la literatura y me doy cuenta que más allá de leer todo el santo día como un energúmeno, solo existen momentos, efímeros de la conciencia que nos muestra en un par de líneas como se desarrolla la vida. Luego no pasa nada, pero queda “la pensadera” condensada como el agua en el aire, que anda dando vueltas por el viento. Justo volveré, y voy a buscar el calor de la amistad solitaria de la escucha y la comprensión. Y escucho una voz más clara que me dice:

—Titito, le estás hablando en voz alta a los libros.

Me río, de mí y de la pensadera, cuando entre mis papeles encuentro una anotación que me parece relevante para concluir: 

buscar cicatrices en la tierra dormida

donde aún duermen las llagas del tiempo

porque donde hubo heridas, hoy

es la huella por donde caminamos


                                                                                                      Jorge Saeta



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