Migrar
Desde hace un tiempo lo único que hago es borrar lo que escribí, sin detenerme, en una vorágine desmesurada. Entonces, escritos de hace diez años archivados son sacados de su polvo de oscuridad y agonía para, en una lectura rápida, morir en lo que no fueron. Lo hago tanto en lo que está en papel como en lo que fui generando de manera digital. No temo, sino que lo busco. Está bien que esto suceda así, es necesario para que emerjan nuevos escritos. Algo en mí desea generar el espacio, como así también sentir el vacío de la nada para que en la pureza más absoluta, vuelva a reconstruirme con las letras. Frase a frase, párrafo a párrafo. Cuento a cuento. Libro a libro.
Para nacer antes hay que romper la bolsa donde fuimos engendrados, para morir antes hay que vivir. No hay mucho más misterio, por más que parezca lógico, cuando esto se advierte algo se revela. Pero cada quien debe hacer ese camino para darse cuenta de los pasos por donde anduvo.
Un día llegué a Montevideo y me quedé. Ha pasado mucho tiempo desde aquel 2011, ya más del que he vivido en Córdoba capital. Sin embargo, cada tanto vuelvo, como si mis raíces volvieran al origen y se perdieran en la tierra. Ya no soy de un lugar, sino que estoy llegando, en continúo movimiento, por más a veces permanezca quieto. La vida se convierte en postales donde el desarraigo me permite enredarme en nuevos lugares. Me ligo a una identidad que muta. Renuncio a lo viejo, me hago de lo nuevo. Giro sobre un vértice para caer, lleno de poesía, lleno de vida, creando nuevas vidas para seguir asentándome. Nada me pertenece. Ni ellas que crecen a mi lado. Nada me pertenece, ni estas palabras que se pierden en el camino. Nada me pertenece, en está cultura enlatada donde pierdo el tiempo mirando un celular que me muestra vidas ajenas. Esperar, detenerse, las letras se desprenden, camino. Vuelvo a escribir. Borro, me detengo, camino. Vuelvo a comenzar, cada tanto vuelvo. Sin embargo.
Dentro de poco migramos. Esta vez no lo hago solo, sino en familia. Lo único que queda en casa, aparte de los libros, es un perro con actitud pachorrienta. El resto es movimiento, nuevas aventuras y correrse de la zona de confort para adaptarse. Todo el tiempo nos adaptamos a lo nuevo en lo cotidiano. Entonces me digo de hacer las cosas con calma, es lo que he aprendido en este tiempo, donde los cambios se han dado de manera acelerada. Nada nos apura, la vida está ahí para ser vivida. Está ahí para tomarla de las manos con la suavidad de la niñez y caminar por el frío cálido de otro país. Cada tanto agarro textos viejos, les doy una leída y los borro, o mejor dicho, los transformo en el papel donde escribiré lo que luego dejaré guardado para leerlo y migrar hacia otros lugares. Y sin embargo.
Jorge Saeta
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