ALGO EN LA SANGRE (2022- Editorial Astromulo)

Mi primer libro de cuentos publicado. Mi afirmación como escritor. 

Le dejo el arte de tapa realizado por @emiliaestrad

Les dejo el primer cuento "Caligrafías" para su lectura.





Caligrafías 


Fue justo en ese momento. La voz de Susana comenzó a dibujarse escasa en mi comprensión y creí, cuando apareció la primera frase entera, que alucinaba. Me sostuve como si nada pasara, respiré primero. Luego miré fijo el cuaderno abierto con anotaciones manuscritas, protegido por un vidrio. Observé a los costados y una niña de la mano de su padre pudo comprobar, aún no sé cómo explicarlo, una parte de las líneas sonoras. Me exalté y ella me devolvió una sonrisa de complicidad. Dudé del momento en la fugacidad de la percepción. La niña detuvo la vista en el mismo lugar que yo y dijo: 
—¡Esa es una jota! Solo yo la escuché. No solo que lo dijo de pasada sino que las palabras eran para mí. De la misma manera, la voz de Susana, bosquejaba en mi cabeza una representación visual de letras dibujándose en el aire. Por supuesto, el padre de la niña no oyó nada, sumado a su distracción pasándole el ojo por encima a las distintas piezas del Memorial. A los fines referenciales del relato, este sucede en el Memorial y Mausoleo del Che Guevara, en Santa Clara, Cuba. Fue ahí, animado por el espíritu de un hombre que luchó por la libertad, que me llamó la atención su caligrafía, al mirar un diario personal protegido en una caja de vidrio. No terminaba de darme cuenta qué alertaba mi observación. Zumbaba atento como una abeja que busca el sonido del polen en el aire. Muy pocas veces se vuelven a repetir las certezas de haber encontrado lo que se busca, cuando no se halla el camino y sabemos que se vienen «tiempos duroscuros». La niña se alejó hacia otra habitación, el murmullo de la gente obstaculizaba el rumiar de mi pensamiento. Había algo más allá de la caligrafía del «Che». Dejé rebotar la idea, mientras miraba con paso lento y pausado sus pertenencias: cámara de foto, armas, peine, estetoscopio, libros, municiones, bolígrafos. El dibujo de la voz de Susana tomó forma definida, aunque ahora operaba mi recuerdo, al contarme que el «Che» aprendió en la literatura sobre las relaciones de poder, que comprendió —quizás de Arlt— cómo el hombre es lobo del hombre, y también que era marxista mucho antes de saber que lo era. Pero no hay que fiarse de esto, sobre todo cuando mi evocación intenta descifrar algún código entre el tiempo y la vigilia. Me desplazo hacia afuera, siento que me desespera el mundo inmenso, me desbarata la caligrafía pequeña y la escritura obstinada. A los pasos accedo al Mausoleo. De repente, se manifiesta aquella visión certera de verme flotando en un espacio libre y desocupado de materia, una insignificancia, una hormiga arrastrada por el viento sobre la arena. Todo pequeño y absorbido por la nada. Me pregunto: ¿Dónde se encuentra aquello que subyace? Sobre la extrañeza de la incomprensión, la voz de Susana descubre segmentos austeros, la nitidez se hace evidente: «Nos hemos acostumbrado tanto a los superhéroes que perdimos la capacidad de identificar la existencia de poderes invisibles». Dudo, salgo de mí y pienso si Susana me diría una cosa así, me resulta gracioso el hecho al contárselo cuando la vea. Pero sigo con el juego. Me muestra que lo que subyace se manifiesta de alguna forma. La forma es importante, desde antes de los griegos. Lo que subyace es una vitalidad invisible, como atar cabos sin hilos y dejar todo hermanado. Lo que subyace está ahí, alerta como el poder de la observación de quien atiende y aguza el sentido común. Por eso, la caligrafía es parte, la observamos ahí, decretando sus leyes y comportamientos, sostenida del pensamiento, del prejuicio construido y de la creencia adquirida. En fin, esta confusión viene anudada a la costumbre de creer en la existencia de superhéroes alejados de los seres humanos en todos los sentidos, menos en la fisonomía. Solo pensemos en Batman o Súperman. Por eso, los diarios y semanarios académicos de derecha seguirán desacreditando los aspectos de un hombre que supo seguir dando vida aún después de la muerte. El rumiar caligráfico me borró el recuerdo de mi paseo por el Mausoleo. Quedó una visión de velas y luces solares iluminando las paredes. Antes de salir, volví al diario abierto en la caja de vidrio transparente. Me detuve unos minutos y fotografié con las pupilas cada una de las letras. Solo las letras, de las palabras no tuve en cuenta su significado. Observé ganchos que mostraban una «jota», una «ele», la «pe» inconclusa y la «ese» zigzagueante. Las absorbí, detenido en una especie de trance pasivo. Caminé hacia afuera solo, la voz de Susana se diluía. El sol salpicaba el cuerpo en demasía. Miraba a los costados, hacía rato que había perdido a mis acompañantes. Me senté en las escalinatas, sin hallar sombra. Mientras repasaba las letras por la cabeza como diapositivas, realizaba uniones infecundas, intercambiaba grafos inconexos con fonemas sordos. La voz de Susana susurraba en la lejanía. Al encender un cigarro, me sonreía de descubrir entre las palabras pequeños aciertos y detalles que se fueron consolidando en una certeza, como la maduración de una creencia. Es decir, cuando te cae la ficha. Luego seguí la pista caligráfica de la observación al dejarme llevar por el recuerdo, sin el control racional ni la provocación sugestiva. En esos momentos, mi alrededor desaparece, quedo liviano y permeable. Solo de esa forma puedo pensar, cuando no lo hago, y buscar las respuestas. Sin embargo, me sorprendí al hallar los parecidos. Ahora sí la tenía entre mis manos y reafirmaba la identidad de la caligrafía, como la construcción de un relato que se despierta al hacerlo y al volver a leerlo. Fantaseo, no se dude, al encontrar aquello que subyace. Es la conexión dada en la distancia mínima entre la «P» y la «L», en el trazo de la «S» y en la finalización de los puntos determinantes. Ahí se encuentra el parecido. Extraje la idea de esa órbita y la mastiqué un rato antes de decirla, aunque disfrutaba de tenerla chochando entre las paredes de la testa. Sentía una sensación de clarividencia, la alegría de ser portador de un secreto, de ciertos ideales que son una creencia afirmada en una manera de actuar y, por qué no, de mediar con los sueños de la gente de ser encontrada. 
¿Cómo dejar clara la premisa? Me acuerdo de mi hermano, también de otros hermanos de la vida. Creo que no solo nos parecemos por la experiencia directa, sino también por las letras. Estas andan por el aire, yo las veo, viajan aboliendo los tiempos, traspasando los espacios, como si fuera el mismo aire que hoy está en Cuba y mañana en Francia, o dando vueltas por Montevideo y Alta Gracia. Pero ese aire, aparte de oxigenar la sangre, transporta una idea, un pensamiento, partes de la caligrafía o voces, como la de Susana en mi cabeza. En fin, al encontrarme con el resto lo conté con una sonrisa, como una ocurrencia espesa de cigarro y ron, entre el sol de las escalinatas: «¡Qué parecida la letra del Che y los garabatos fantásticos de Cortázar!» Aprobaron mi apreciación sin mucha importancia, concluían en comer pescado o pollo grillé con arroz moro. Estuve un rato largo con la sensación del pensamiento en el cuerpo hasta que me distraje. Al otro día, observé el refinamiento de la arena en la playa. Comprobé lo alentador de la contradicción y el sentido en la escritura obstinada. Quizás ahí, en las señales que vamos dejando en la vida, esté el secreto, aquello que subyace, como algo que se transporta por la sangre. Porque no solo es la letra, sino la idea, en la forma que sea contenida, donde construimos el devenir y la fuerza que suscita un accionar esperanzador. Por eso, no solo es la letra, sino la excusa del relato, para pensar en estos tiempos de persecución y blindaje mediático que vuelven a repetirse. De paso, también es la excusa de esta triangulación precaria, pero verdadera, de sentirnos hermanos en el mundo, más allá de la caligrafía y de los gritos de los niños en el patio. 






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